Mi nombre es Edward Carnby y estoy aquí para protegerte de las cosas en las que no crees. A Edward (Christian Slater), las circunstancias de su vida le han enseñado a creer e indagar en lo desconocido: De pequeño escapó a los experimentos del arqueólogo Lionel Hudgens (Matthew Walker), un iluminado que pretendía cruzar a veinte niños con una especie demoniaca que ya había barrido de la Tierra diez mil años atrás a la civilización Abkani. De adulto, Edward trabajó para una organización gubernamental, el Departamento 713, que recopilaba datos sobre los Abkani y los monstruos. Ahora, como investigador paranormal, y con la ayuda del Comandante Burke (Stephen Dorff), antiguo camarada del 713, y de una ayudante de museo (Tara Reid), Edward habrá de afrontar su pasado, y un futuro muy negro para la humanidad si finalmente Hudgens se sale con la suya y abre las puertas del infierno.
Es pronto para determinar si la adaptación de cómics y videojuegos al cine contribuirá a enriquecer los tres medios, como sí ha sucedido en las relaciones del séptimo arte con la literatura o la música. La nula exigencia de los frikis y el descarado carácter comercial de las propuestas hacen que, a día de hoy, no puedan manifestarse sino dudas, sobre todo en lo que respecta a las versiones de juegos. Hasta que no aparezca algún genio capaz de plasmar en lenguaje cinematográfico la magia de un software adictivo para consola o pc, habremos de conformarnos con los planteamientos mercantilistas.
Ahora bien, hasta para vender aspiradoras hay que poseer algún don. Y Alone in the Dark, al fin y al cabo un clásico del arcade y la aventura gráfica en 3D que ha gozado de varias secuelas y ha sido imitado por otros survival horrors como Resident Evil o Silent Hill, merecía mejor suerte que caer en las manos del director Uwe Boll.
Boll se ha declarado en varias ocasiones consolero entusiasta, y en su currículum figuran otras adaptaciones de videojuegos: House of the Dead (2003), o la aún por estrenar BloodRayne (2005). Pero como realizador cuenta con una reputación pésima. Hasta tal punto que la página web que lleva su nombre sólo contiene una frase: Querido Sr. Boll, por favor, deje de hacer películas. Después de ver Alone in the Dark uno no puede sino secundar esa petición, e incluso precipitarse a votar en otra página en la que hasta ahora casi dos mil internautas han solicitado a Boll que deje de participar en cualquier aspecto de la creación cinematográfica.
Y es que Alone in the Dark es peor que mala. Alcanza esa categoría de bodrio que sólo puede apreciarse una madrugada resacosa en televisión. Es ese tipo de película en la que los protagonistas masculinos fueron estrellas hace tiempo, ahora sólo aspiran a pagarse el tratamiento contra la alopecia, y visten durante toda la ficción la misma ropa, camiseta de obrero y gabardina; mientras que todas las actrices, encarnen a investigadoras, militares o ancianas, son playmates de hace cinco temporadas.
El tipo de película en la que apenas se comprenden los motivos de las idas y venidas de los personajes, a pesar de una introducción de nueve párrafos y la voz en off de Christian Slater; en la que por rellenar metraje cabe igual un revolcón que un momento bullet time; en la que cuando chocan vehículos en persecución se nota que estaban parados, y cuando hay luchas cuerpo a cuerpo cantan los dobles. El tipo de película en la que los efectos visuales están a cargo de una empresa llamada apropiadamente "Caja de Juguetes" (Toybox), y en la que como localizaciones abundan nocturnos en descampados, suburbios al amanecer, y decorados en los que la cámara no se atreve a variar dos grados el encuadre en ninguna dirección no vayan a verse los andamios.
Ese tipo de subproducto, en suma, que nos hace lamentar mientras pasan los títulos de crédito los noventa minutos que hemos perdido, y que nos hace prometer que "mañana mismo" veremos para compensar la maravilla de Satyajit Ray que nos regalaron en DVD hace seis meses y a la que todavía no hemos quitado ni el precinto.