Ya ha pasado la época en que los clásicos en 2D perdían todas sus virtudes intentando explorar la tercera dimensión. Prince Of Persia es uno de esos casos en que sus intentos de adaptarse a los nuevos tiempos habían sido relativamente infructuosos, pero que en esta entrega multiplataforma confirma cómo sí es posible recrear su filosofía de juego adaptándose a las necesidades tridimensionales sin que ello menoscabe en su agilidad. Lo podremos apreciar desde un primer tramo dispuesto para aleccionarnos de forma progresiva (y muy efectiva: en seguida nos hacemos con los controles) para sacar partido a nuestro Príncipe innominado, después del cual es fácil lanzarse a explotar toda la posibilidad de movimientos con que éste ha sido agraciado.
Desde entonces se pone de manifiesto que se han cogido dos rasgos del PoP de toda la vida, la suavidad de las animaciones y la flexibilidad de nuestro protagonista, y se han modernizado y puesto al día. Convertido éste en una suerte de spider-man, salta, trepa, se engancha y anda por las paredes con total naturalidad, conjunto de facultades que deberán utilizarse de forma combinada y casi simultáneamente para la superación de multiples retos. Acabará así demostrando sus posibilidades como trapecista circense con cualidades que para sí quisieran gimnastas de olimpiada. Todo ello redundará en la espectacularidad de la faceta plataformas inescindible al juego, que se acompaña de otra de enfrentamientos distribuidas de forma casi simétrica, para que ni una ni la otra se hagan cansinas y con su alternancia se gane en ritmo.
En los enfrentamientos a base de golpe y protección podrá pugnar sin temor con varios enemigos al tiempo, con elementos que recuerdan al Soul Reaver como la necesidad de absorber la arena de algunos enemigos inmortales, que de otra forma se regenerarían una y otra vez.
Para detallar tan particular naturaleza de los contendientes, es inevitable abordar cuestiones argumentales. Eso a pesar de que la diversión y acción hacen de esta algo secundario aun cuando se introducen regularmente en escenas insertas con precisión para no romper el curso de la aventura.
Elemento original, la existencia de una daga que nuestro protagonista logra mientras se encuentra en plena conquista con su padre rey. Lograda para ganarse la admiración y respeto paterno, con ella obtiene la posibilidad de retroceder en el tiempo los suficientes segundos para salvarse de más de un entuerto, pero también la condena en que se convierte su historia al introducirla en las Arenas del tiempo, por instrucciones del traidor Visir. Convertidos en polvo del desierto sus allegados, sólo él, una hermosa princesa de ojos negros llamada Farrah y el susodicho Visir quedan entre bestias inundadas por esta sustancia terrible, controlada sólo por la daga que bien empleada permite diversos poderes (de recuperación o retroceso de la escena -como hemos visto- de ralentizar el tiempo a nuestro alrededor paralizar a nuestros enemigos o incluso contemplar nuestro futuro).
En ese punto, a pesar de que la parte anterior a la obtención de la daga es la mencionada manera de presentarnos las posibilidades del Príncipe en forma de introducción, progresivamente iremos sabiendo más elementos de todo lo que se cuece en este entorno de fantasía arábiga. Unos grandes decorados por los que nos desplazaremos a todas las alturas –nada de vértigo- en constantes retos por alcanzar la puerta de salida, se mueven cómodamente mientras realizamos todas nuestras acrobacias, a la vez que el stick derecho (y los gatillos L2/R2) permitirá cambiar el enfoque de la cámara para centrarnos rápidamente y tener más información de la que nos ofrece el plano. Generalmente, éste se sitúa en el lugar idóneo, incluyendo algunos momentos en que tan pronto hace de la escena un lento y emocionante salto, como un plano cercano de remate al enemigo.
Es cierto que la consola de Sony se encuentra algo más limitada que sus rivales para dar una solidez con que representar nítidamente lo suntuoso y mágico de las estancias, pero pese a todo los mantiene equilibradamente permitiendo la fluidez de las imágenes y giros en 360º a nuestra voluntad. Cada una de las localizaciones está recreada con una física real en la que influye tanto el viento como el paso de nuestro personaje. El juego de luces, tan pronto refleja atardeceres como noches de luna llena. Y nuestro Príncipe malabarista, con sus diversos estados (5 en total a lo largo del juego, con progresivo desgaste de su vestimenta) avanza hiperanimado a lo largo de los dos castillos magistralmente recreados que hacen olvidar sutiles bordes cortantes de forma puntual y alguna recurrencia en el bando enemigo. Si a todo esto le añadimos la posibilidad de recurrir a la Princesa Farrah para la resolución de alguno de sus puzzles, y la obligación de aguzar la vista con cada una de las premoniciones que revelarán la forma de resolverlos, tenemos en conclusión un completísimo regreso –eso sí, concebido bajo la idea de precuela- que se convierte en uno de los más destacados juegos del año.