Lo más positivo es ver estrenar a su director y hacerlo en plena forma, manejando altos presupuestos, con otra película pendiente de estreno, y más posibilidades en definitiva de encarar una deuda en su biografía.
Los Hermanos Grimm, los verdaderos, son los responsables de un gran repertorio de cuentos entre los que se encuentran algunos de los más conocidos: La Cenicienta, La Bella Durmiente, Blancanieves, Hansel y Gretel, El Rey Rana... Curiosamente, varios de ellos son responsables del crecimiento de Walt Disney, una de las más activas luchadoras a favor de la propiedad intelectual y contra el concepto de dominio público, que se hizo grande gracias a estas y otras creaciones ajenas cuando habían alcanzado esa categoría (no en vano Blancanieves sigue entre las 10 más taquilleras de la historia).
Los Hermanos Grimm, en la adaptación dirigida por Terry Gilliam y hecha guión por Ehren Kruger (Arlington Road, The Ring I y II, La llave del mal...) son dos ingeniosos farsantes que valiéndose de diversas tretas liberan de falsos monstruos a pequeños pueblos a cambio de pingües beneficios. Lo que ambos pares de hermanos tienen en común es ser los representantes de una fantasía en forma de cuento popular, acechada por el racionalismo del invasor francés que progresivamente va a acabar con sus leyendas: si ese fue el contexto en que se escribieron sus relatos, cuando la mitología y superstición alemana iban cediendo al empuje de las ideas francesas, ahora a los encarnados por Matt Damon y Heath Ledger les tocará enfrentarse a ellos y por el camino encontrarse con una maldición mucho más endiablada que cualquiera de sus farsas.
A lo largo de las dos horas de proyección, Gilliam se desenvuelve con soltura de cara a desplegar un microcosmos de fantasía en el que se entrelazan los rasgos más populares de los textos de los Grimm. Con el diseño de producción de Guy Dyas (X men 2 y en la actualidad trabajando en Superman Returns), entornos sacados de la realidad de la República Checa y otros construidos desde cero para acoplarse perfectamente a lo imaginado, dan el salto a un mundo de luces y sombras entre el sueño y la pesadilla de pulido burtoniano. Bosques siniestros, torres recónditas y fríos pozos no pueden si no estar habitados por seres abominables; Monica Bellucci encarnando por una vez algo más que la excepcionalidad física de una mujer bella para recibir un misticismo diabólico, se convierte como tantos otros elementos en parte sólida de una historia que muy fácilmente podría haber acabado en lo meramente circense. Pero si en la cinta de Gilliam en muchas ocasiones el tópico y la acción al límite son las formas de resolver, es por una necesidad argumental que él trata con esmero, apoyándolo todo en un aspecto visual que mezcla derroche técnico y artesanalidad sugerente. Con sus excesos de insectos, crudas muertes de secundarios y escenarios de impacto, recuerda que su jugo de cuentos podría atraer a un público infantil al que a buen seguro provocaría muchas pesadillas. Más encaminado pues para quien sepa digerirlas mejor y participe de un estilo cercano a Sleepy Hollow, lo más positivo es ver estrenar a su director y hacerlo en plena forma, manejando altos presupuestos, con otra película pendiente de estreno, y más posibilidades en definitiva de encarar una deuda en su biografía que responde a otro tipo de género literario.