Si algo puede deducirse fácil y rápidamente de este 'trabajo italiano', es que lo suyo no va a ser la originalidad. Ayuda a este juicio superficial su naturaleza remake, y lo remata la temática de desvalijamiento organizado, que debería cuestionar la necesidad y conveniencia de rehacer la película interpretada por Michael Caine en 1969, cuando las historias de ladronzuelos duchos e impertérritos clama por un descanso indefinido difícilmente concebible .
Pero se pretende como en todo remake -lejos de buscar creatividad alguna- un particular rejuvenecimiento a base de apuntar a direcciones siempre comunes (nuevas caras, nuevo escenario), con el fin de seguir sacando jugo a un producto al darle actualización. Es así como en el desdibujado repertorio de personajes salidos de anuncio deportivo -cada uno con su aforismo discotequero- se incluye al informático hackeriano de poder omnímodo que hace y deshace como el mismísimo creador. Salvo que si a aquél le hicieron falta seis días, a este le sobran con cuatro teclas.
Si él ejerce de contribución computerizada al lifting -impagable la modernidad de ser el presunto creador del Napster- hay otra que tiene nombre propio y naturaleza jurídica de marca registrada. Más alla de las maquinaciones de la publicidad encubierta, la vocación vendedora de producto participa a golpe de talonario de producción. Si esto fuera médico de familia (paradigma castizo de la publicidad encubierta), no es que el Doctor Martín desayunaría en el coche, es que ahí tendría su consulta. Aquí la persecucioncita concebida como clímax de la cinta, es una apología rotunda del pequeño producto BMW que para no entrar en su juego -y a pesar de la obviedad- no será nombrado en estas líneas, y que curiosamente debe su naturaleza a otro remake, esta vez de vehículo talludito con idéntico nombre diminutivo. Su objetivo es exhibirse en anuncio de conducción de temerario descerebrado, liberándose de la incómoda necesidad de asterísco y aviso de 'rodaje en circuito cerrado', lo cual cabe suponer que hará salir de la sala de proyección con rumbo a cierto concesionario con ansias de heroicidades.
Pero libres del obvio patrocinio (al menos no aparece en el cartel, ni en los títulos de crédito), el robo entre ladrones al malísimo traidor, está repleto de momentos pueriles, previsibilidad, irrelevancia ya vivida y tantas otras cosas mil veces vistas, que no evitan una corrección formal, unas persecuciones diligentes y poco cargantes, y esa inevitable certeza de ser pasto para el olvido.
Que pase la siguiente.