Representantes del terror pop, objeto de largas sagas de agotadores regresos, de vueltas y más vueltas en que una y otra vez repetían sus manidas fechorías, Freddy y Jason se unen para dar juntitos un pasito adelante.
Han sido necesarios diez años para materializar la adquisición que la productora New Line Cinema realizó en 1993 sobre los derechos de 'Viernes 13', la forma en que una compañía que había crecido en fortuna con el icono de Krueger adquiría al otro gran símbolo de las pesadillas ochenteras para una posible revitalización de sus respectivos avatares homicidas. Unir así a dos personajes que ya se habían enfrentado varias veces entre viñetas comic, devolvería el interés en sus respectivas historias, tanto la del monstruito de los dedos punzantes que se colaba en sueños adolescentes alimentado de miedo, como la del justiciero atormentado por su temprana muerte, oculto por siempre tras una máscara de hockey.
Es en este contexto en el que nuevamente se viste ajado a Robert Englund, el actor que huyó del encasillamiento del marciano de la exitosa 'V' para encerrarse en el del maníaco Freddy, y cuyo personaje padece olvidado en el pasado, necesitando reavivar su recuerdo para seguir actuando. Llama la atención en este punto que con la intención de un guionista (Damian Shannon) de buscar un encuentro inteligente, tras un maquinado discurso en off con perlas como "la muerte no era un problema, el olvido una putada", el personaje en cuestión decida con lógica repentina que Jason Voorhees es su solución y por ello tiene que resucitarlo. Y nada, que así sin más resucite.
También interesante, la declaración de intenciones del realizador Ronny Yu ("La novia del cabello blanco", y "La novia de Chucky"), quién no pretendía caer en el gore, sino que buscaba acción dinámica y "mucho miedo". Por eso el vertido visceral constante, esconde tras las diversas defunciones untadas en arándano el más roído ritmo de la apatía reincidente, parte de un regreso no justificado a la persecución del jolgorio juvenil, afortunadamente alternada con el ansiado "mega-enfrentamiento". Si ni Freddy con sus antiguamente originales encuentros oníricos en mitad de la desorientación, ni Jason con su contundencia rompehuesos, consiguen de por sí un mínimo de respeto, juntos se convierten en una atracción salida de las ficticias contiendas en el ring de la Mtv de plastificados famosetes, una pelea de archiconocidos monigotes moderadamente apetecible para quienes alguna vez se tensaron con ellos, que calzaría perfectamente en casting de videojuego estilo 'Mortal Kombat'. Entre golpeteos en ambos mundos (la desquiciada realidad, la pesadilla sin piedad), entre más caídas de carne joven, acabarán por rubricar un emparejamiento de sagas al que imaginativos guionistas podrán poner continuación en cualquier momento.
Porque esto no se acaba. Porque no invaden nuestros sueños... pero sí nuestras pantallas.