Decíamos con el primer asalto de Wario a la Advance, que su rival Mario estaba cediendo demasiado terreno al limitarse a los remakes. Con la llegada de esta sorprendente excentricidad, la afirmación gana credibilidad y hay que hablar de victoria momentánea para quien más está apostando en la portatil.
Shoot´ em up, beat´em up, saltitos de plataforma, shooter, simulación, perspectiva subjetiva, shooter otra vez, un poquito de estrategia, aventurita de inspiración RPG... Géneros definidos, reincidencia, pequeños cambios para seguir adelante, clásicos que vuelven... ¿hay algo más que aportar? Sin duda, es posible tirar hacia adelante a base de apostar por una mayor potencia técnica y matizar algún que otro aspecto de jugabilidad. ¿Pero y una verdadera revolución? ¿alguien capaz de introducir algo verdaderamente RARO que no tenga nada que ver con lo demás?
Sería esta una divagación incoherente si no fuera esta la ocasión, pero resulta que Nintendo ha cogido a una de sus mascotas, curiosamente a una de las que han sacado carisma viniendo del lado malvado, y lo ha hecho protagonista del título más excéntrico y original del año.
Con antecedentes inspirados en las aventuras de su rival, lo cierto es que Wario ha tenido ocasiones de intercalar rarezas y pequeños juegos alternativos para hacer sus aventuras más originales. La tónica habitual de sus andanzas eran las mutaciones en extraños seres con las que sortear a los diversos obstáculos. Pero del núcleo concentrado de la alternatividad que pudiera haber aportado ese modus operandi, no podría hacerse algo la mitad de pintoresco que este programa, que no deja de sorprender desde sus bases, para engancharnos por el mero desconcierto.
Exprimamos la acción del concepto de juego, de sus momentos más tensos, a modo casi fotográfico capturemos un concreto movimiento con que lidiar a una dificultad. La situación clave en que hay que poner toda la habilidad. Acortémoslo al máximo, en 3 segundos de reto, y alternando situaciones en lo que son distintos mini-juegos -más de 200- tendremos al frenético y alocado Wario Ware Inc.
No le falta trama a esta rareza: el deseo codicioso de Wario de enriquecerse de la floreciente industria del videojuego, que le lleva a meterse de lleno en la venta de software y... bueno, a hacer muchos juegos junto a otros particulares sujetillos y que deberemos sortear por motivos algo más caprichosos. Con cuatro oportunidades por partida, tendremos que utilizar el tiempo justo para orientarnos con el reto concreto, descubrir en qué consiste y, si da tiempo, superarlo. Incluso a base de no hacer nada, pues algunos de ellos se basarán en eso justamente, y llegaremos incluso a lidiarlos por un estado de incomprensión en el que todavía no habremos tenido tiempo de situarnos. ¿Rarito, no? Pues algo más que eso, porque a base de alternar, sorprender, despistar y hacernos estar en permanente alerta y máxima concentración, no hay resquicio alguno para la tranquilidad y comportamiento mecánico, y las ganas de continuar irán creciendo sin que el repertorio llegue a acabarse, dándole un altísimo índice de rejugabilidad en tanto se haya participado de su novedoso sistema.
Especialmente agradecidas, las fases nintendo, en que los 3 segundos se reconducirán a actuaciones concretas de juegos conocidísimos de la marca, y en los que los más veteranos participaremos de momentos ya vividos con el aspecto retro que ofrece el apartado gráfico en muchas de sus fases. En el resto, la variedad se impone, a veces en forma de lo que aparenta ser un ejercicio educativo de prueba de reflejos, en otras una broma paródica con tintes caricaturescos ofrecidos por los particulares inquilinos de este cartucho desquiciado.
Sin duda estamos ante el videojuego más sui generis de los últimos tiempos.