La entrega a su historia permite entenderla emocionante, el rostro de Phoenix expresa un tormento profundo y una debilidad airada.
Canciones de 3 minutos, con 3 minutos de fama. Estrellas de plástico de fugaz esplendor, sirviendo de guías para modernos rastreadores del tema del momento que son sin saberlo víctimas de una máquina que lo engulle todo y que creen estar conduciendo.
El mundo de la música está ya muy lejos del que se revolucionó con la llegada del todopoderoso rock&roll, dominado ahora por técnicas comerciales que pretenden exprimir cuánto puedan durante el tiempo que puedan, y que chocan contra unos consumidores que dejan de serlo para valorar las canciones por los segundos que tardan en descargarlas y los segundos que seguirán escuchándolas. La sobredosis de artistas es tan inabarcable, son tantos los temas con que llenar tantos espacios musicales y conciertos, que todos son parte de un mismo murmullo que finalmente sólo da lugar a un recuerdo emborronado de retireación de ideas en que algún que otro nombre de más peso, por haberse así presentado, alarga su influencia.
Pero cuando el rock impuso su presencia a la sociedad americana, con su mensaje rebelde, firme y subversivo, los estragos que iba a ocasionar en su conexión con el público joven llevaron a un cambio de religión y de profetas, por más que desencadenara en el renacimiento de una industria que en su degeneración confusa ha llegado a ser la que hoy día busca la caza del dólar exprimiendo candidatos.
Los Elvis, Lewis y Cash se plantaron frente a un micro sin pretender ser líderes de masas en una figura entonces desconocida, sólo para abrir su alma y romper con todo aquello que les ataba al pasado, entre la obligación y el pecado, haciendo de la música algo más que una ambientación amable, convirtiéndose en una ensordecedora bocanada de aire fresco.
De esos tres nombres, la mayor de las deudas que tenía el gran público (habida cuenta de las 300 películas protagonizadas por El Rey, o Great Balls Of Fire! a mayor gloria de Lewis) estaba contraída con Cash. Compañero de gira de los anteriores y parte del mismo fenómeno que les encumbró haciéndoles demasiado grandes para ser mortales, Cash aportaba frente al resto un halo de tristeza misteriosa, de condena irremisible, de optimismo melancólico que con el vigor de su sonido le daba su propio lugar. Sus letras salían de una cárcel propia que se materializaría para desde ella hacerse leyenda, y para iniciar allí este relato de su vida repleta de luces y sombras.
Contada en tono de flashback, la cinta dirigida y coguionizada por Mangold es un salto en el tiempo que pone en pie a quienes escuchan los nombres de Elvis, Lewis o Cash, y sienten que con ellos no se anuncia la salida del párroco frente a sus feligreses, si no que quien entra es el mismísimo todopoderoso clarificando el inescrutable misterio de la trinidad. A pesar de los sarpullidos y urticarias que pueda generarle a un adverso un musical, si el protagonismo se cede a sus figuras, todo cambia sustancialmente. El director, que durante el rodaje de Cop Land tuvo claro que quería hacer la biografía del mítico cantante llegó a reunirse con él y con su esposa para saber de primera mano algo de sus vidas. Conmocionado por una historia de amor extremadamente romántica en la realidad por lo que tenía de redentora y por lo paradójico de unirles durante una década sólo en el escenario ante miles personas alimentando las llamas del infierno personal de Cash, tuvo ocasión de mostrarles varios borradores para que se ajustara al máximo a sus deseos.
Sería injusto condenar a la cinta por su tono puramente americano, por su generosidad en los clichés de hollywood, y olvidar cuánto de lo que se relata recuerda una búsqueda por la rebelión social que caló fuera de sus fronteras, y cuánto de esos clichés están demasiado por encima de los habituales en el cine de otros países o industrias, acomodados en su victimismo, en la crítica ajena y en ataviarse inmerecidamente con laureles por méritos cuestionables. La entrega a su historia permite entenderla emocionante, el rostro de Phoenix expresa un tormento profundo y una debilidad airada contando cosas que en el biopic de Ray sólo se forzaban entre tics y vistosa sobreactuación. Reese Whiterspoon logra escabullirse de un pasado exasperante de personaje insufrible (Una rubia muy legal...) como no lo había hecho en sus tentativas por el cine de época (La importancia de llamarse Ernesto...) y encarna al ángel que con su sonrisa puede redimir al mito.
Quienes crean que el rock&roll sigue vivo y sigue latiendo oculto bajo tanto engaño y artificio disfrutarán de la mano de Cash acompañándole en el viaje. Las nuevas generaciones pueden estar demasiado perdidas para entenderlo, la industria acompañará sólo para rescatar sus CDs de la lista de ventas sin tirar de teletienda nocturno… pero al menos en esta ocasión el nombre que resucitarán en el top ten merecerá su puesto como pocos otros. Y algunos conocerán a Johnny Cash y a una época importante.