En apariencia un thriller, en el fondo una emotiva reflexión sobre la fragilidad de la existencia
Aunque su última película está lejos de ser perfecta, hay que agradecer para empezar que el director Marc Forster haya regresado al territorio grave y riguroso de Monster’s Ball (2001), tras la almibarada mediocridad de Descubriendo Nunca Jamás (2004). De hecho, Tránsito supone un salto en el vacío que se ha saldado con un rotundo fracaso de público y crítica en Estados Unidos, y en consecuencia con un descuidado estreno en España.
Y es que Forster, basándose en un guión escrito por David Benioff (Troya), somete al espectador a una de esas arriesgadas experiencias en los límites de la realidad tan habituales en los thrillers de hoy, que ya no buscan sumergirnos en una intriga lógica que desenredamos a la par que los personajes, sino jugar con nuestra percepción de los acontecimientos y desconcertarnos en el desenlace con un giro que nos obliga a revisar el sentido de la ficción. En este sentido, durante sus primeros minutos Tránsito se desenvuelve como un drama lleno de sensibilidad en torno a Sam (Ewan McGregor), un psiquiatra que comienza a tratar a Henry (Ryan Gosling), paciente desahuciado por otra profesional. Sam parece el terapeuta adecuado para el desequilibrado joven por compartir su vida con una antigua paciente (Naomi Watts) a la que rescató del infierno de la depresión.
Pero cuando Henry anuncia que va a suicidarse pasados tres días y desaparece, Sam se verá obligado a buscarlo, penetrando así en el mundo del chico y perdiendo contacto poco a poco con su entorno habitual. La película adopta en consonancia un tono progresivamente pesadillesco, que exige del público atender tanto a cada guiño de la narración como a las trabajadas imágenes de Forster para descubrir qué está sucediendo.
Habrá lectores que se pregunten si el ingenio de guionista y director sirven a algún propósito relevante, o si nos hallamos ante otro sucedáneo de nimiedades como Identidad (James Mangold, 2003), Trauma (Marc Evans, 2004) o The Jacket (John Maybury, 2005), en las que las sorpresas y la calidad de la producción no aportaban más que fuegos de artificio sin efecto pasado el sobresalto. Pues bien, Tránsito sí trasciende las innegables arbitrariedades que pueblan su desarrollo, y brinda una hermosa y sutil reflexión sobre la fragilidad de la existencia que turba el ánimo y logra emocionar.
Un sentimiento que, sin querer menoscabar el trabajo de Benioff, lo debe casi todo a la delicadeza y la precisión que aplica Forster a la puesta en escena y la realización, brillantemente secundadas por la labor de los intérpretes, el montador Matt Chessé, el director de fotografía Roberto Schaefer y los músicos Asche & Spencer. La conjunción de todos esos talentos destila una atmósfera melancólica que impregna incluso los bellísimos créditos finales de un film que, de encontrar a sus destinatarios en un estado de ánimo receptivo, proporcionará una sorpresa, sí, pero de las buenas.