Cada espectador siente dentro de esta filmografía desigual admiración o animadversiones hacia unas y otras, pero el caso más polémico podría acabar siendo fácilmente el de La Joven del Agua.
Una película difícilmente gusta al público cuando éste acude a su proyección bajo falsas promesas. Es una regla aparentemente básica, pero que en la mercadotecnia cinéfila se desprecia de forma insolente cuando lo exige la taquilla. Si a los productores se les cuela un drama insulso y en el casting había alguna figura habitual de la telecomedia, se plantea un trailer con cortes engañosos en que los incautos intuyan posibles risas, y se le arrastra a la sala con esperanzas infundadas para terminar amargándole hora y media.
Con la misma falta de pudor, si el director es un símbolo reciente del éxito en el cine de ultratumba y se le mete en la cabeza rodar un capricho semi-onírico, una oda a los cuentos rescatada hacia la mundana realidad, la sonora afirmación ‘del director de El sexto sentido’ e imágenes seleccionadas caprichosamente en función publicitaria, tratarán de aprovechar su nombre equivocando su género. Todos pensarán en una nueva entrega de suspense y esperarán la sorpresa hasta el último minuto, cada vez más confundidos, sin encontrarlo cuando culmine.
Ajeno a este proceder, M.Night Shyamalan merece un reconocimiento categórico por haber hecho lo más digno que puede hacer alguien en la industria del cine: lograr con el Sexto Sentido un producto con el que ganarse los favores de los grandes estudios, y posteriormente utilizar su nombre y su respeto para desplegar su universo de inquietudes. De aquella comercialidad de los muertos vivientes a la dignificación del cómic de El protegido, para luego vender una marcianada enfocando al lado más humano de una familia atormentada en Señales y finalmente sumergirnos en una comunidad anclada en el pasado en el corazón de El Bosque. Cada espectador siente dentro de esta filmografía desigual admiración o animadversiones hacia unas y otras, pero el caso más polémico podría acabar siendo fácilmente el de La Joven del Agua.
Reafirmando que el espectador no se va a encontrar la cinta de suspense esperada, es también necesario advertirle que se va a encontrar con grandes –y posiblemente excesivas– licencias creativas a la hora de recrear un cuento mágico con la misma perspectiva de tratar de darle dignidad y sentido real con que se empleó con el cómic en El Protegido. A su habitual realización técnica impecable le acompaña de nuevo su gusto por los extensos planos con profusión en los diálogos, recurso llevado aquí varios pasos más allá de lo deseable con escenas excesivamente locuaces que incluyen traductor de por medio. Luego forma una banda de metáfora para crear un microcosmos de extraños personajes cargados de simbolismos entre lo abstracto y lo freak, y con ellos es fácil encontrarse con evidencias de inconsistencia argumental que se autojustifican con la única excusa de una proclama de dignidad para la ficción y el simbolismo. Y entre tanto todo se dilata como si la historia fuera improvisándose sobre la marcha, algo que repercute en naturalidad pero que se desangra en la pérdida de pulso.
¿Es justo que un realizador pueda mover los hilos de un producto dirigido al gran público desoyendo lo que el sentido común dicta que éste debe apreciar?
Con esta vía, es fácil también que el surrealismo crezca por momentos, y a veces llega a lo delirante y lo memorable, como cuando Shyamalan se ceba visceralmente con la figura del crítico de cine, en una de tantas muestras de ego desbordado. Es casi necesario que el espectador tradicional, dependiente de estructuras y formas convencionales reniegue de estos métodos y se sienta estafado. ¿Es justo que un realizador pueda mover los hilos de un producto dirigido al gran público desoyendo lo que el sentido común dicta que éste debe apreciar? ¿Es justo condenarle por sus excesos cuando tiene tanto de valentía –aún cuando llegue a ser arrogancia–, de honestidad, de buenas formas y sea capaz de dar escenas elegéticas repletas de ternura?
Probablemente, por lo atípico La Joven del Agua ha llegado al corazón de muchos críticos y a algunos por su particular naturaleza se les queda de alguna forma en la memoria dejando un regusto agridulce, con un poso de inocencia y maldad intrincado que hace intuir que podría crecer con el tiempo. Pero una estructura errática, una falta de mesura en palabrería y en definitiva, carencia de sentido común en lo básico dejan a un director exigiendo demasiado al público en cuanto a entrega y apertura de mentes, porque como él mismo afirma, “el cinismo ha convertido la ficción en cuentos infantiles”, y por ello evita elaborar la credibilidad de la historia.
Para muchos será recordada como una detestable o incomprendida a la altura de la IA, de cuando Spielberg jugó a ser Kubrick, y para otros un interesante intento de abstracción camino al fondo de la piscina. En todo caso es difícil condenarla de forma contundente, y con prudencia quizá sea mejor evitar hacerlo. Más a la vista de lo que Shyamalan haría con nosotros…