Aceptando que el cine es, desde siempre, un espectáculo de feria y una industria vendida al mejor postor, resulta lógico que las navidades se revelen año tras año como una suculenta mercancía para las masas. ¿Qué interés tiene convencernos de las patrañas del espíritu navideño si no es para, como jocosamente ironizan los especiales de “South Park”, fomentar el nivel de compras festivas? Con el cine, pasa tres cuartos de lo mismo.
Sin embargo, desde los tiempos de “Navidades blancas” o “¡Qué bello es vivir!”, este astuto proceso de marketing también ha producido sus ovejas negras y en este articulillo hablaremos de ellas, haciendo un rápido repaso a los encuentros más extraños entre la nieve y el celuloide.
Los años ochenta dieron cobijo a algunos de estos valiosos productos, dentro de la comedia más o menos familiar con estreno reservado a finales de año. “Historia de Navidad”, dirigida por Bob Clark, también autor de las dos primeras entregas de “Porky´s”, era una hábil humorada infantil, con cierto toque a Roal Dahl (por la mala uva y la ironía subterránea) a costa de un chaval que pedía un rifle de juguete al orondo bonachón del traje rojo.
Mucho más vitriólica resultó ser, unos años más tarde, “Los fantasmas atacan al jefe” del todoterreno Richard Dooner, ingeniosísima revisitación del “Cuento de Navidad” de Dickens protagonizado por un inconmensurable Bill Murray. La película, hoy convertida en pequeño clásico, no sólo funcionaba como psicotrónica puesta al día del clásico, sino también como broma orquestada al servicio del oscuro humor de su comediante, combinada a la perfección con el almíbar habitual digno de las fiestas.
Finalmente, no me resisto a incluir “Hay que salvar a Papá Noel”, patochada infantiloide pero con su punto entrañable al servicio del olvidado cómico Jim Varney, que era algo así como una mezcla entre Dick Van Dycke y Jim Carrey.
Fracasos económicos y atentados terroríficos
Del mismo modo que no todo el mundo es feliz en Nochebuena, los grandes ejecutivos no siempre consiguen sus propósitos. En ocasiones, sus cuentas no cuadran y sus milimétricos planes de manipulación se vienen abajo por los azarosos gustos del público. Un buen ejemplo de ello es el caso “Santa Claus: la película”, estrenada por todo lo alto en las navidades de 1985 y rápidamente convertida en uno de los fracasos más rotundos de la década. La película, empalagosa para el público adulto y tal vez en exceso grave y carente de humor para los pequeños, prácticamente acabó con la carrera de Jeannot Szwarc (autor de la divertida “Supergirl”) y marcó para siempre a sus protagonistas, Dudley Moore y John Lighgow.
Sin embargo, el género que mejor supo ver el reverso oscuro de las navidades y su potencial freak y pop, fue el cine fantástico. “Navidades negras”, dirigida en 1974 por Bob Clark (¡otra vez!) fue una de las más tempranas manifestaciones de tan macabro fenómeno. El mayor escándalo estaba todavía por llegar y lo marcó en las navidades de 1984 “Noche de paz, noche de muerte”, una sanguinolenta historia de un Santa Claus asesino cuya pequeña productora se empeñó en estrenar en el corazón de las fiestas, provocando el rechazo de padres confundidos, niños traumatizados y asociaciones que intentaban mediar entre estos y los responsables. La película gozó de un relativo culto y nada menos que cuatro secuelas, la tercera de ellas (titulada aquí “Ritos satánicos”) dirigida por Brian Yuzna y la más interesante de la larga serie.
De todos modos, el título más impagable de este infragénero maldito fue “Navidades infernales”(Christmas evil, 1980). Incluso el director John Waters (“Pink Flamingos”, “Pecker”), también cinéfago insaciable, declara en su recomendable libro “Majareta” su admiración hacia esta dislocada película, que narra las aventuras de un psicópata que se cree Papá Noel y va castigando a los niños que han sido malos con mecánica eficacia. En el clímax final, momento en el que el protagonista huye de varios coches de policía, su camioneta asciende a los cielos convertida en una suerte de trineo urbano. No hace falta decir más.
Los blancos noventa: elfos, renos y cómicos en apuros
Durante los aburridos y grises años noventa el espíritu navideño no decaería en absoluto. Es más, entre vídeos promocionales, especiales infantiles y , ¡horror!, shows televisivos, el nivel de buenrollismo podría provocarle un desarreglo intestinal al mismísimo Doctor Seuss.
Con todo, también habría lugar para pasatiempos más excéntricos y disfrutables. Los últimos, las notables comedias “El grinch” y “Elf”, protagonizadas, respectivamente por Jim Carrey y Will Ferrell, curiosamente dos de los cómicos más heterodoxos e insobornables de los últimos años.
No nos olvidamos de “Un padre en apuros”, mezcolanza discretamente gamberra de cine de superhéroes y comedia ácida sobre el mercantilismo navideño, ni tampoco, claro, de “¡Vaya Santa Claus!”, protagonizada por Tim Allen, cuya primera versión disgustó a los peces gordos de la Disney por considerarla inadecuada para el público infantil.
Al parecer, en un primer montaje, nada más empezar la película Allen se cargaba a Santa Claus de un balazo tras confundirlo con un ladrón. Tras las negociaciones, la escena fue sustituida por un accidente laboral que hace caer a Claus tejado abajo, tal y como vimos en los cines.
La Navidad siempre será una diana de excepción para los aspirantes a terroristas cinematográficos. Su propio concepto, mezcla de cultura sacra con mitología profana, es capaz de poner a cien las neuronas de los iconoclastas con un mínimo de imaginación. Mientras escribo estas líneas, me soplan que los ejecutivos de la Miramax (filial de Disney) andan perdiendo el sueño a causa del carácter revulsivo de “Bad Santa” de Terry Zwigoff, donde Billy Bob Thorton interpreta a un Papá Noel alcohólico y aficionado a las prostitutas. Está claro que el cine yanqui sabe que potenciar tradiciones vende películas… y desmitificarlas, también.