Mucho se viene hablando en los últimos meses de los rasgos que diferencian el miedo oriental y el occidental. Se da importancia al hecho distintivo de la percepción de la muerte, libre en oriente de nuestros condicionamientos de legado religioso y a la que habría que añadir -en su forma de hacerse gráfica- una percepción audiovisual distinta, posible consecuencia de la plena integración de la tecnología que ha arraigado junto a la riqueza de tradiciones ancestrales.
Esto último, parece recoger la forma en que las antiguas creencias trepan por encima de toda la tecnología indiferentes a su potencial, corrompiendo la imagen para ofrecer imágenes temblorosas de lo que se esconde en el fondo de todos los miedos. Un componente que allí manejan con una naturalidad endiablada, y con el que su punto de vista marcado por la inmersión en lo digital enfoca a lo tenebroso para sacar planos sobrecogedores.
Con ello, no es de extrañar que desde el principio la visualización de los simples menus o introducciones de Forbidden Siren, evoquen recuerdos recientes de videos de The Ring, escenas de La Maldición –con una segunda parte todavía no estrenada y mucho más truculenta que la primera- o de otra de carácter menor como es The Eye. Posteriormente, muchos elementos de géneros más habituales –Resident Evil aún viniendo de aquellos lares es totalmente occidental- se ven alterados por una desconcertante introducción de variaciones poco agradables que nos meterán de lleno en un miedo implacable. Y con todo esto habrá que citar al otro nombre inevitable hablando de suspense y videojuego, el de Silent Hill cuyo manejo de las nieblas y los planos cerrados y claustrofóbicos iniciaron la verdadera angustia de la que FS bebe desaforadamente.
Antes de proseguir, no obstante, hay que hacer referencia al original modo de juego que comentábamos en su avance. Sus secuencias divididas en distintos momentos temporales, nos llevan entre saltos a distintos tramos de lo que es el desarrollo de los acontecimientos. Al igual que hace la citada película de La Maldición, cada escena presenta a unos personajes en una situación donde un escaso recorrido les lleva al terror en estado puro. Al igual que en ella, sus andanzas no tienen por qué mostrarse de forma cronológica. Aunque aquí, puesto que el manejo corre de nuestra cuenta, para solventar los problemas de orientación que esto pudiera crear se dispone de un claro esquema que inicia cada una de las secuencias, para así tener claro en qué momento concreto de la historia nos encontramos.