Una de esas películas que no enarbolan otra cosa que el tema como cualidad a ojos de certámenes y críticos, que encima siguen picando
Ganadora del Oso de Oro a la mejor película en la última edición del Festival de Berlín, Grabavica es la ópera prima como directora de largometrajes de ficción de Jasmila Zbanic, hasta hoy documentalista y autora de varios cortos.
El título de la película hace referencia a un barrio de Sarajevo en el que viven Esma (Mirjana Karanovic) y su hija Sara (Luna Mijovic). Pasados diez años desde el conflicto, las secuelas de la Guerra de los Balcanes no son visibles pero han marcado terriblemente a Esma, que quedó embarazada como consecuencia de las violaciones sistemáticas a que fue sometida por parte de tropas serbias. Aunque ha preferido ocultar el hecho a los demás y en cierto modo también a sí misma, la mujer no podrá evitar que con la llegada de la adolescencia Sara empiece a cuestionarse la versión que su madre le ha contado sobre su nacimiento.
No hay ni un solo detalle cinematográfico que salve Grbavica de ese limbo de la corrección prescindible en el que flota la mayor parte de la cartelera. Podríamos llenar diez o quince líneas a propósito del calado emocional de la propuesta, la honda humanidad que desprenden los hechos narrados por Zbanic, la insobornable dignidad de las protagonistas del film, el rayo de esperanza que impregna sus últimas escenas y la indignación que despierta la libertad de que aún disfrutan los genocidas Ratko Mladic y Radovan Karadzic.
Pero todo eso poco tiene que ver con la nula capacidad del guión para trascender un suspense anecdótico, que para colmo nunca es tal para el público. Ni con los tópicos que puntúan el desarrollo dramático. Ni con la realización cuasitelevisiva, carente de relieve, basada en tomas medias, el juego de plano/contraplano, y las actrices. Ni con el hecho básico, muy triste, de que Grbavica no aporta nada que no se supiera o sintiera antes de entrar en la sala.
Hablamos, en definitiva, de una película para la parroquia de v.o.s. y EPS, que hará mucho por que los espectadores que formen parte de la liturgia puedan seguir sintiéndose personas humanas, y que seguro propiciará tras su visionado numerosos ligues entre mujeres que tienen clara la paridad entre sexos y hombres que recogen la mesa.
Ah, sí. Y las dos protagonistas lo hacen muy bien.