Inexplicablemente, a todo el exhaustivo trabajo desarrollado para dar vida al universo de LA en La Dalia negra, le falta algo.
El mundo de sueños creado por Hollywood ha alimentado las fantasías de éxito de millones de buscavidas alrededor del mundo. El salto a la fama, el acceso a una vida de lujos, protagonizar apasionadas historias junto a la élite del mundo de la actuación son demasiadas tentaciones para tan poca información sobre las verdaderas posibilidades de éxito y sobre los verdaderos modos de acceder a él. Mientras a algunos les alumbra la fortuna, el acierto en el momento y el lugar o la siempre efectiva descarga eléctrica, otros se ahogan en una ciénaga por seguir las señales equivocadas.
La historia de la Dalia Negra flota en el ambiente de una ciudad donde la sofisticación y la miseria se mezclan a partes iguales dando brillo y suciedad alternativamente al contraste de sus calles. Es el recuerdo permanente sobre los errores de los soñadores, encarnado en Elizabeth Short, una joven que apareció salvajemente mutilada, con su belleza desfigurada y sus sueños convertidos en la peor pesadilla posible en mitad de la nada. Su relato, extendido en forma de leyenda urbana, fue adaptado a novela por el best seller James Ellroy (L.A. Confidential) y una adaptación no podría, a priori, ser llevada a cabo por nadie mejor que Brian de Palma.
La idoneidad de su elección se explica en parte por un currículum que evidencia sus dotes de realizador. Adaptaciones de terror como Carrie (basada en el primer Best Seller de King), el génesis del éxito de la franquicia de Mr Cruise con Misión Imposible, y sobre todo y por encima de todo, Los Intocables de Elliot Ness, cuya precuela está anunciada para el 2008 (aunque cabría preguntarse la necesidad de tocar lo intocable, con la respuesta habitual: el dinero). Esta última, amén de una de las cintas favoritas de quien escribe estas líneas, da el resto de argumentos sobre esa idoneidad en la elección: su capacidad para recrear un salto en el tiempo a una época próxima de Estados Unidos (los 40 de la actual film por los 30 de Los Intocables) en donde presentar turbias conspiraciones con personajes con gran presencia en la pantalla.
No obstante, inexplicablemente, a todo el exhaustivo trabajo desarrollado para dar vida al universo de LA en La Dalia negra, le falta algo. En su elongación logra dar coherencia a varios hilos argumentales, crea presencia de cine negro, se arma la conspiración, varios focos confluyen para dar riqueza y complejidad a trama y personajes, para ubicarlos en el frívolo y siniestro escenario que rodea al crímen todo con brillantez. Y aún así, le falta algo de alma.
Con todo lo incómoda que pueda ser la comparación, en Los Intocables había transcurrido menos metraje y el espectador ya había logrado identificarse con sus personajes, uno llegaba a identificarse con ellos y su causa épica por la justicia, cada una de las muertes hacía palpar cómo se desgarraba una parte de un grupo que encarnaba un bien demasiado necesario, percibíamos el drama del momento en que los Intocables dejaban de serlo y sentíamos la emoción cuando Ness, de bajada al mundo real, encontraba la forma de salir adelante mientras sus ojos destellaban ante los logros de su determinación. En La Dalia Negra si alguno de los protagonistas sufren, padecen o caen, si los tríos amorosos caminan en una dirección u otra y terminan por volver al punto de partida, lo contemplamos con una curiosidad contenida, la del observador que atiende más obligado por la oportunidad del salto en el tiempo que por el verdadero calado de un argumento que inexplicablemente no atrapa todo lo que debería. Es difícil echar la culpa al guión, aun cuando la compañía no es de David Mamet, está Josh Friedman (Reacción en cadena, la guerra de los mundos), e incluso es difícil echarle toda la culpa a un casting que cuenta con rostros tan reconocidos. Quizá alguien se perdió en la grandeza de sus nombres, pensó que una Scarlett ejerciendo de Marilyn o una Hilary Swank viciosa arrastraría por si solas las emociones, pero a la hora de la verdad lo hacen tanto como su protagonista Josh Hartnett (con su habitual limitada expresividad, que sólo puntualmente le ha dado buenos resultados, véase Lucky Number Slevin). Puede que esa sea la respuesta o parte de ella: aquí no está Sean Connery, Kevin Costner o Andy García en compenetración. Pero lo más probable sea que simplemente algunas obras intemporales tienen algo de ocasional y de encontrado, y que ni con búsquedas tan entregadas como la intentada por De Palma, se puede asegurar el resultado excepcional que se pretendía, y en lugar de una gran película, se acaba con una simplemente correcta.