Tiene “21 Gramos” algo de mágico, algo difícilmente descriptible que la hace diferente y la erige como una de las mejores cintas del año. Es el tipo de película que impacta más tras haberla asimilado, que se queda grabada en la retina y permanece varios días después de haberla visto.
Tras ser nominado al oscar por su opera prima, “Amores Perros”, Alejandro González Iñarritu se embarca en una superproducción norteamericana, sin perder ni un ápice de la frescura y originalidad que caracterizaron su primer film. Al igual que en aquél, en “21 Gramos” el tiempo se disloca y retuerce a lo largo del metraje, creando un complicado puzzle de sentimientos en el cual el espectador ha de participar activamente, hilando en el tiempo lo que la película nos ofrece desordenado e inconexo. Esto desorienta en un principio, pero a media que avanza y la trama comienza a tomar forma, se va incrementando progresivamente el interés, creando un clímax y una tensión que culminan en un final realmente impactante.
Todo esto aderezado con unas actuaciones soberbias, que han valido a sus protagonistas el reconocimiento de la crítica, que se ha reflejado en numerosos premios, entre los que podría incluirse el Oscar para la actriz Naomi Watts. Incluso los secundarios hacen un gran trabajo, imprimiendo aún mayor realismo a un film de por si realista, que saca belleza de toda la dureza de la vida.
Su director se ha rodeado del mismo equipo con el que trabajó en la citada Amores Perros, y explora con ellos la vida y sentimientos de tres personajes muy distintos, que verán como un accidente de tráfico hace que se crucen sus destinos. A partir de ahí se hablará de venganza, de redención, de esperanza, pero sobre todo habla de la muerte, de la muerte a la que hace referencia directa su título, cifrando en 21 gramos el peso que pierde un cuerpo al convertirse en cadáver. El peso del alma.