Comedia frenética, muy divertida, que analiza con precisión las grandezas y las miserias de la condición creadora en nuestros tiempos
Una de las líneas de diálogo más significativas de esta comedia ligera –que no banal- de Michael Winterbottom corre a cargo de su protagonista, Steve Coogan. Interpretándose a sí mismo, Coogan explica a un entrevistador por qué la novela de Laurence Sterne “Vida y Opiniones del Caballero Tristram Shandy” (1759-1767) permanece vigente como obra artística y merece el esfuerzo de una versión cinematográfica: “El libro de Sterne era postmoderno antes de que existiese una modernidad a la que remitirse”.
Esta declaración parece justificar los propósitos de Winterbottom, Coogan y el guionista Frank Cottrell Boyce. Al trío creativo de 24 Hour Party People (2002) –una película con más de un punto en común con la que ahora nos ocupa- no le interesa tanto plasmar fielmente los hechos narrados por Sterne, algo que se demuestra factible en el primer tercio del film, como invocar el ánimo digresivo, excéntrico e innovador que singularizó el texto original, incapaz durante páginas y páginas de concretar siquiera lo que prometía su título. Tampoco Winterbottom y compañía persisten en el modelo de adaptación clásica, y prefieren adentrarse durante el grueso del metraje en la trastienda de su filmación. Nunca terminaremos de ver esa película abortada a la media hora de nacer. De las reacciones de sus responsables, un equipo técnico sumido en un divertido caos de indecisión creativa y egos enfrentados, deduciremos que ha sido un fiasco.
En cambio la película que nosotros sí podemos ver deviene un juego apasionante, rico en referencias y niveles de ficción, en el que literatura, cine y tiempo se enriquecen mutuamente merced a cómo se barajan sus respectivas cartas de expresión. Un juego en el que no cabe ganar sino pasarlo bien. Entre las últimas reflexiones del libro de Sterne hallamos la siguiente: “¿Qué ha sido todo esto? Un cuento chino, un camelo [a cock and bull story]... y uno de los mejores que he tenido ocasión de escuchar”. Lo mismo cabría decir del film de Winterbottom. Lo que nos sitúa, como dice Coogan, en territorio postmoderno. La desconfianza en el relato, la indagación de su verdad en sus efectos prácticos y superficiales, remite directamente a esta tendencia sociocultural.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Porque la descripción del Tristram Shandy literario por parte de Coogan adquiere otro valor cuando descubrimos que el actor no sólo no ha leído la novela cuya versión cinematográfica está protagonizando, sino que su actitud hacia la obra es simplemente utilitaria; que se sirve del aura que proporciona para tontear con Jennie (Naomie Harris), una asistente de producción, o para satisfacer su vanidad como intérprete. Winterbottom y Cottrell Boyce son crueles, y extienden ese desconocimiento y esa prostitución de la cultura a la totalidad del equipo de rodaje (¿y al público?), más preocupados por cuestiones técnicas o mundanas que por el fondo de lo que hacen. La impresión final, como ha señalado en algún lugar Winterbottom, es la de “dar vueltas alrededor de la estupidez de lo que hacemos, de entretenerse con chorradas y olvidar lo qué íbamos a hacer” ...lo que resume de manera muy gráfica lo que más de uno pensamos sobre las tendencias postmodernas, que ocultan con fuegos de artificio transtextuales, deconstructivos y laxos la impotencia –tema crucial en la novela de Sterne y en el film- para concebir un arte ambicioso que aspire a transfigurar la existencia de quien lo crea y quien lo recibe.
Resulta sintomático que las únicas personas que en esta película demuestran conocer a fondo la novela sean Jennie, una entusiasta de cineastas tan radicales y comprometidos como Bresson o Fassbinder, y Jenny (Kelly Macdonald), la esposa de Coogan, que ejerce con convicción de esposa y madre. Dos mujeres apasionadas y ajenas al establishment hipócrita y fugaz del rodaje. Winterbottom ejerce de postmoderno y, a la vez, efectúa un doble salto mortal deconstruyendo esa modernidad líquida para dejar en evidencia las imposturas de su tribu.
Tristram Shandy: A cock and bull story es una experiencia compleja que se disfruta de principio a fin con una amplia sonrisa. Pero plantea una pregunta que se responde a sí misma a media voz, sólo para los oídos de quienes quieran escuchar: ¿De verdad basta en la literatura, en el cine, en la existencia, con los cuentos chinos?