Dejando a un lado las posibles referencias que 300 pueda contener con la lucha que el mundo mantiene para encontrarse a sí mismo entre batallas de religiones antediluvianas y falta de convicciones, la película que Zack Snyder ha firmado sobre la obra de Frank Miller pasará a la historia del cine bélico y de acción tanto como hazaña de resistencia para un género debilitado en sus peores momentos, como obra de arte en nombre de una violencia que se atreve a imponer valores positivos a golpe de épica y técnica arrolladora.
300 puede ser una historia de primer acto precipitado, de declamaciones de corte manido y arquetípico, de heroicidad redundante que tira tanto de voz en off para el relato como de cámara lenta y banda sonora para buscar emoción, en lo que son recursos habitualmente entendidos como la forma de sustituir la historia por el fácil efectismo. Pero en lugar de eso, 300 es lo que toda película de acción sueña con ser y aspira a lograr, la realización técnica llevada a su máximo exponente, la consecución de un objetivo en el relato que sitúa su nombre por encima del resto y crea un estilo a imitar que puede recordarse con solo cerrar los ojos y que atrapa con sus coreografías nítidas, capaces de imponer claridad donde la acción habitualmente se rinde a la densidad de un ritmo confuso sin un claro hilo conductor.
Técnicamente se hace con una fotografía cuya elevación de contraste y saturación, junto a una minuciosa dedicación a escenarios, vestuario y físico de intérpretes da con trazos pictóricos de obra clásica animados después con una claridad absoluta. Con ella Snyder demuestra que su experiencia de realizador de video musical y publicitario está enfocada en la dirección adecuada, expuesta ya en su debut en El Amanecer de los muertos a pesar de lo fácil que habría sido ya entonces perderse en la confusión habitual de acción con velocidad. Aquí, acelera y ralentiza el ritmo de los fotogramas, enfrenta en la banda sonora de Tyler Bates (de nuevo con Snyder tras El Amanecer...) los tonos mitológicos y el metal guerrero mientras su cámara se convierte en cómplice omnisciente de una estética que hace de la proyección una experiencia visual. Con tan valioso recurso nos mete en una trama poblada por lo que deberían ser unos personajes sobrecargados enfrentándose a un imposible chirriante y ridiculizable, pero que en su lugar ambientan el retrato de una lucha valerosa y diáfana a la hora de exponer distintas naturalezas y apostar sin timidez ni vergüenza por una de ellas, la que tiene su razón de ser en la guerra, bien o mal sonante, y que defiende la resistencia ante un enemigo que persigue su imposición a cualquier precio.
Incluso el mayor de los adversos al cine espectáculo, incluso el más belicoso de los pacifistas de pancarta maniquea, debería rendirse a las cualidades técnicas de 300 como forma de arte moderno. Sus guerras son parte de un relato sustentado en las formas, y si bien su lucha tiene guerreros demasiado nobles para ser reales, estos libran una batalla capaz de alzarse por encima de una dura competencia para dar con una obra que será referencia para el futuro.