Bob Swagger (Mark Wahlberg), un francotirador de élite de los marines, es contratado por una agencia gubernamental para que les ayude a evitar el asesinato del presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, un giro argumental inesperado para el personaje (aunque bastante obvio para cualquier espectador mínimamente avispado) acabará por convertirlo en uno de los criminales más buscados de América.
Antoine Fuqua (Training day) dirige una historia de falso culpable que nos recuerda a un buen número de películas que ya han tratado una temática similar con anterioridad, o a diversas cintas de acción con protagonista que se las sabe todas, curtido como está en mil y una batallas. Hay ecos de Acorralado, El caso Bourne, El fugitivo, la más reciente La sombra de la sospecha o incluso de la serie de televisión Prison Break. El guión corre a cargo de Jonathan Lemkin (Arma letal 4, Planeta rojo), escritor acostumbrado al cine más trepidante, que se basa en una novela de Stephen Hunter para crear el armazón que ponga en marcha la maquinaria correspondiente y entretenga al espectador a lo largo de dos horas.
Una de las cosas que más llaman la atención en Shooter: El tirador es que no se recurre a un protagonista huraño y monosilábico que haga de su cara monolítica su mayor valor. Aquí el protagonista habla cuando le corresponde, con las dosis justas de ingenio y sarcasmo, sin caer en la ironía deconstructiva que en ocasiones agota por ser un recurso fácil. Así pues, está presente cierto humor inteligente que en alguna ocasión nos lleva a pensar que la película en el fondo se está riendo de sí misma, máxime cuando se nos dice que la razón última por la que el personaje interpretado por Wahlberg sigue con su vendetta particular es para vengar a su perro, nada menos. Tampoco los demás personajes le andan a la zaga, y hay unas cuantas frases lo suficientemente bien dosificadas a lo largo del metraje como para que el público obtenga su recompensa en forma de píldora verbal.
Otro aspecto sorprendente del film es que, pese a que se pueden prever sin demasiados problemas los siguientes pasos que va a dar el guión, esa progresión no es escandalosamente obvia, ni tampoco se pretende engañar al espectador ocultándole datos de los que luego se vaya a echar mano. Es decir, que los ingredientes están ahí, a la vista, y ya es cosa de cada uno anticiparse al plato que va a acabar saliendo del horno o dejarse llevar por la trama sin pensar demasiado.
Por lo demás, el ritmo vivo del que se hace gala es justo el que necesita la historia. Abundan las elipsis sabiamente usadas, y el pulso narrativo se mantiene casi sin descanso hasta los títulos de crédito finales. Lástima que cueste un poco cerrar la trama y que a medida que nos acercamos a la conclusión haya que añadir a la lista de referencias que acuden a nuestra cabeza productos televisivos como El Equipo A o MacGyver (por metidas de pata puntuales), o que la maldad maniquea que muestran los villanos de la historia eche algo por tierra anteriores apuntes que se hacen sobre la actuación del gobierno americano en países tercermundistas. Pese a todo, nos quedan dos horas de acción continua que difícilmente aburrirán a nadie.