Su valor es inversamente proporcional a la publicidad que se le ha hecho, y es que en estos duros tiempos de largas esperas, parece que un juego del que no se oye hablar con un año de antelación no tiene nada que hacer en los puestos altos de las clasificaciones de ventas.
Pues bien, aquí está GTA3 para demostrar que de eso nada: hay un número uno, y va a demostrarlo sin necesidad de fuegos de artificio.
Prácticamente un año sometidos a un lento goteo, rendidos a la espera para recibir videojuegos que justificaran la fama que precedía a la bestia de Sony, y limitados a gozar sólo con reconstrucciones de emblemáticos programas ya conocidos y que en todo caso sólo podían buscar un sitio a la sombra de Gran Turismo. Y ahora resulta que cuando el mundo sigue obcecado en la espera a Metal Gear, habían verdaderas joyas restando en silencio como suelen hacerlo los genios en los interiores de sus lámparas.
Las primeras muestras que tenemos del -hasta hace bien poco total desconocido- ICO nos presentan el que puede estar llamado a convertirse en uno de los productos históricos del sector, merced a una calidad técnica sobrecogedora y una épica literalmente embriagadora. Es este uno de los mejores ejemplos de lo que exponemos, productos que de puntillas y en silencio se abren un camino que ya quisieran para si otras superproducciones anunciadas a bombo y platillo. Pero ahora nos sorprende una nueva bomba, GTA3, la tercera parte de un polémico título que con la aportación de tridimensionalidad, va a hacer las delicias de los afortunados poseedores de una PS2 que contemplarán incrédulos sus cualidades y, además, de manera privilegiada (X-Box y PC aún tardarán en recibirle).
Gráficamente portentoso (aunque hayamos visto cosas mejores), goza de una excelente banda sonora y gran cuidado en todo tipo de detalles para ofrecer un auténtico hito: la libertad al jugador en todo su esplendor. Esta idea alimenta la jugabilidad de todos aquellos soñadores que llevaban años de fe ciega en encontrar algo similar. Pues bien, finalmente se les va retribuyendo.
Y es que hay una escuela de jugadores que en la época del Knight Lore soñaban con escapar de sus cuadriculadas pantallas, que quisieron encontrar en las aventuras gráficas el lugar en que moverse a sus anchas -lugar donde acabaron sometiéndose a diálogos preestablecidos con un lineal argumento a trompicones- y que recientemente con Shenmue para Dreamcast encontraron un buen ejemplo de su ideario.
Pero si cabe, la libertad del producto Sega -más o menos aparente- no es sino un retazo al lado de la muestra que aquí tenemos: con GTA el universo paralelo se dilata hasta cegar al espectador con sus posibilidades, introduciéndolo en un entorno virtual del que difícilmente podrá salir si es que en algún momento llega a proponérselo.
El juego
Bajo una concepción inspirada directamente en la filosofía de Driver y con elementos del citado Shenmue, GTA III es desde la primera toma de contacto, un juego versátil que sin complicaciones nos permite disfrutar haciendo lo que creamos oportuno. Si bien para avanzar en el juego propiamente deberemos introducirnos en una trama que discurre por la cara más oscura de la sociedad, siempre queda la posibilidad de limitarnos a deambular y gozar dedicándonos a actuar con el mero sometimiento a nuestra apetencia.
Iniciándose la aventura tras la traición de nuestro personaje por su novia en medio de un atraco, la primera toma de contacto tiene lugar cuando en el traslado a la prisión, los compinches de uno de nuestros colegas explotan el puente y liberándolo a él, nos dan la ocasión de fugarnos.
Acompañados por otro delincuente que tiene planes a corto plazo para nosotros (seguirlos, cómo no, es cosa nuestra) empezamos con una sugerente fuga al rincón que éste tiene dispuesto para esconder el coche y cambiarnos de atuendo.
Desde ese punto, dirigirnos a recibir encarguitos del mafioso de turno a cambio de remuneración, robar un taxi y dedicarnos al traslado de peatones -o hacer lo propio con un coche de policía y detener maleantes-, son meros retales de lo que podemos hacer mientras el mundo se mueve a nuestro alrededor. Y es que entre tanto asistiremos a puestas de sol y amaneceres -en ocasiones entre intensas lluvias con rayos y truenos cuando el clima no acompañe- y todo ello mientras nos interrelacionamos con una ciudad en que tan pronto podemos organizar una auténtico caos -con despliegue policial de primera línea para cazarnos- como limitarnos a ser espectadores de lujo de este fastuoso espectáculo.
Es tanto el realismo de esta recreación, que a veces nos duele que no se haya completado del todo por exigencias del videojuego. Así, cometamos las atrocidades que cometamos (aquí nada de peatones inatropellables como en Driver, la violencia es cruda y, suponemos, polémica en cuanto se despierten los desorientados de siempre) o muramos de cualquiera de las formas que es posible hacerlo, previo paso por la comisaría de policía o hospital -respectivamente- volveremos a estar listos para proseguir con el sólo problema de haber fracasado en la misión que estuviéramos llevando a cabo.
Por otro lado, robar coches es un mero ejercicio de elección -divertidísimo eso sí- en que tan pronto estamos en uno cambiando la emisora de nuestra radio para buscar la musiquita que nos parezca más amena (de nuevo, nuestra voluntad), como buscando otro tras haber reducido a una masa de fuego incandescente -previa preceptiva explosión- el vehículo que antes manejábamos.
Y como detalle impagable para el violento desahogado, los "primes de escena loca" cuando la barbaridad ha montado un cuadro especialmente extremo, con la consiguiente bonificación económica...
Todo dicho.