La falta de descansos impide tanto la crítica, como que la historia cale.
¿Acabarán finalmente las andanzas de Bourne en una tercera entrega, cumplida la obligación para con las trilogías, explorados los recovecos de su argumento, machacada su idea hasta el último de sus rasgos? ¿volverá Matt Damon entre reniegos a aceptar un papel con su nombre algún día, fiel a su faceta mercantilista que le entrega al mejor postor para estirar todavía más las recaudaciones en taquilla?
Para el trillado escenario del cine de acción el primer episodio que recuperaba la creación de Ludlum puso por un lado el interés -algo manido- del héroe amnésico inconsciente de sus poderes, y por otro una medida contención y sentido común en el ritmo para ganarse un nombre lejos de los excesos del icónico 007. La segunda, densa y confusa en demasiados tramos, exploraba flecos que habían quedado perfectamente en el aire en la anterior, pero que debían ser resueltos por obligación para con el éxito obtenido, desangrándose entre desenlaces cuando todo olía a acabado.
En ese sentido, la tercera parte como típica entrega de punto y final peca de nuevo en cuanto a confusión en varias escenas, debe mucho del mantenimiento del ritmo y de supervivencia del argumento a la sucesión atropellada de escenas en que una cámara parkinsoniana de un director con vocación documental puede perderse entre barullos, pero que como compensación logra hacer discurrir el metraje con soberana agilidad cuando todo debería resultar agotador.
Bourne como héroe omnímodo con poderes irreales que se enfrenta a demasiados peligros de forma poco clara, puede así aguantarse sólo por el escaso tiempo que sus ritmos exóticos y la aceleración imponen para evitar preguntas. Cualquier crítico con vocación de establecer fáciles interrogantes a preguntas innecesarias se encontrará que demasiado pronto tiene que plantearse la coherencia de otra decisión o la verosimilitud de alguna persecución frenética cuando aún estaba planteándose la anterior: la falta de descansos impide tanto la crítica, como que la historia cale.
Será pues difícil recordar qué sentido podía tener traer de vuelta a Bourne a buscar más de su pasado y qué acabó obteniendo de su Ultimátum, pero como función de entretenimiento simple a modo de distracción visual con apenas tres respiros para frágiles construcciones argumentales -que poco aportan más que el aire para volver a apretar el acelerador- obtiene la respuesta de ‘misión cumplida’. Su público logrará el objetivo de quemar cien minutos por medio de una conspiración poco impactante pero muy llevadera.