Explica el germen social e individual donde se tejen todas las formas de marginación y violencia.
La crónica y denuncia social no sólo llega desde paises con una condición política y económica crítica. Dos cinematografías europeas, la italiana y la británica, preparan cada año un lote de películas que diseccionan los problemas de su presente y su historia reciente, la de unos paises del primer mundo en cuyas periferias se fecunda el descontento más agrio. Ken Loach se ha erigido como el director más reconocible de este estilo seco cuyos temas son el paro, el racismo, la marginación, la desilusión, el ostracismo...
Shaun (el debutante Thomas Turgoose) es un niño de 12 años vapuleado en todas partes por su marginalidad, fealdad y su pobre manera de vestir en unos años, los 80, donde el aspecto lo era todo. Su padre ha muerto en la guerra de Las Malvinas y esa ausencia le hace débil y frustrado ante los demás. Al coincidir con un grupo de skins liderado por Wood (Joe Gilgun), entre veras y bromas, queda adoptado como nuevo integrante de la pandilla. El regreso de Combo (Stephen Graham) tras pasar por la cárcel recrudece la actividad de la banda y su adhesión a ideas políticas radicales obligando a Shaun a involucrarse a fondo o abandonar el único grupo de amigos donde ha encontrado algo de afecto y respeto.
La iconografía de este tipo de retratos sociales británicos es sobradamente conocida por la repercusión del cine de Loach. Cabe esperar, por lo tanto, una variación o un paso adelante en la temática o el tratamiento visual de este tipo de historias. El realizador Shane Meadows no lo consigue, limitándose a ilustrar un eficaz guión propio que disecciona y explica el germen social e individual donde se tejen todas las formas de marginación y violencia urbana que conocemos. Da igual que se trate de skins, latins o radicales de cualquier signo. Lo que se señala es el grado de degradación educativa y social, la falta de referencias, cultura y subversión de valores en el que viven y en la que aprovechan para pescar algunos adelantados con ánimo de medrar. Sí cabe destacar el acertado contraste entre la banda sonora y el uso de las canciones elegidas y las imágenes de la cinta. Un acierto que subraya el patetismo y la vacuidad de los personajes frente a la dulzura y nostalgia de los tonos musicales usados.
La película termina con Shaun frente a la playa, esa frontera personal a la que arroja parte de su credo mientras nos interroga acerca de su futuro mirando a cámara. Ya no son los 400 golpes con que François Truffaut señaló la degradación de la familia y la educación al inicio de los 60. Ahora, veinte años después, son los 800 golpes recibidos por un adolescente en el que ningún adulto, ningún estamento social ni ningún gobierno van a pensar jamás.