La segunda parte de Mortadelo y Filemón es un buen argumento para cerrar la paraeta
A estas alturas es innecesario recordar que los cambios de formato no siempre se saldan con buenos resultados. Que de hecho suelen acabar mal en la mayor parte de las ocasiones. No obstante en esta ocasión no estamos ante el problema al que habitualmente se encuentran las adaptaciones de cómic para llegar a cine, no ya por lo alejado que Mortadelo y filemón están de la tribu de héroes en mallas de la Marvel y compañía, sino porque la previa cinta de los Fesser, con sus estridencias y agotamiento, con la posible distancia que mediara entre el cómic y la película (a pesar de la desganada supervisión de un Ibáñez de vuelta de todo), había logrado apuntarse varios tantos y el resultado era bastante positivo.
Nos alejábamos pues con nuestro representante más simbólico en el mundo de las viñetas de un caso similar que en tierras vecinas había ido humillando a los entrañables Ásterix y Obélix, pareja convertida en una saga insoportable que en la última e inminente de sus entregas se atreve a promocionar como elemento de peso el cameo del jubilado Michael Schumacher, consciente de los pocos logros que le queda por apuntarse.
En el caso que nos ocupa, el problema es el que puede encontrarse toda producción de humor que no hace gracia más que cuando a base de intentarlo sin esmero ni habilidad, se tropieza con algún momento medianamente gracioso dando la sensación que ha sido casi por error. La habilidad tras la cámara demostrada en la trayectoria de Miguel Bardem casa bien con lo que demanda Mortadelo y Filemón al recrear fealdad y esperpento. Cierto que le falta algo del colorismo y simpatía que traslucían las viñetas originales en una pérdida que no es ni por asomo comparable a la que se produce en un guión en que ni él ni sus colaboradores tienen la suficiente experiencia en el género (el más preparado es J.V.Pozuelo, cuyas mayores aportaciones a la comedia son episodios en Manolo&Benito Corporeision y El Síndrome de Ulises: todo dicho) y por tanto la construcción se desangra justo por donde se debía haber armado.
En lugar de eso nos encontramos con el único mérito de que la primera hora de metraje se pasa como si fueran dos, provocando un cansancio estomagante en que ni la elaboración minuciosa de pequeños detalles paródicos ni la voluntad de seguir intentándolo sin descanso sirven de algo cuando se confunde lo raro con lo divertido y el humor cafre termina siendo angustioso en una hipertrofia de gags sin más ambición que la chabacanería.
Reservada pues para fanáticos de los personajes que no echaran en falta la calidad que tenían esos en mejores tiempos pasados (si es que queda alguien que cumpla esas condiciones) la segunda parte de Mortadelo y Filemón es un buen argumento para cerrar la paraeta y dedicarse a otra cosa. Salvo que la ceguera habitual de una taquilla que suele entender más de marcas que de calidad se empeñe una vez más en llevarnos la contraria.