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Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal - critica de cine
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Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal

No son los años, es la autocomplacencia

Un artículo de Diego Salgado || 22 / 5 / 2008

Lucas, Ford y Spielberg han escogido ser fieles a la concepción más aburguesada de una trilogía que, como tal, analizada con perspectiva, dejaba que desear y debería haber sido revisada o reinventada

Antes de entrar a valorar Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal sería conveniente categorizar, a la luz de los casi veinte años transcurridos desde Indiana Jones y la Última Cruzada (1989), las tres primeras aventuras protagonizadas por el célebre arqueólogo, que no constituyen para nada una trilogía homogénea sino una serie de películas con un mismo personaje —o arquetipo, que tampoco Indy da para más— muy distintas entre sí. Esta idea es fundamental para comprender que la opción escogida por el director Steven Spielberg, el productor George Lucas y el actor Harrison Ford para resucitar la saga en 2008 no era la única, que existían otras posibilidades que han sido desdeñadas a favor de la estela dejada por La Última Cruzada.

Un espíritu muy diferente el de aquel film al que animó la primera y mejor película de la tetralogía, En Busca del Arca Perdida (1981), homenaje al cine de aventuras de serie B que trascendió sus modelos con tanto respeto como atrevimiento gracias a un guión de Lawrence Kasdan cálido, ingenioso y muy equilibrado (sin duda Kasdan es el gran menospreciado a la hora de hablar de Indy), y a un superlativo, revolucionario concepto del espectáculo por parte de un Lucas que acababa de gestar La Guerra de las Galaxias (1977) y El Imperio Contraataca (1980) y un Spielberg que, sencillamente, nunca ha vuelto a estar más inspirado. Destacar momentos cumbre de En Busca del Arca Perdida es una labor absurda, porque toda la película es el punto álgido de una montaña rusa llena de magia y emociones (no nos olvidemos del músico John Williams), dotada a la vez de una peculiar naturalidad, sumamente original en su momento y cuya influencia está lejos de haberse agotado; véanse la reciente La Búsqueda 2: El Diario Secreto (con la que La Calavera de Cristal guarda alguna similitud) o la próxima The Mummy: Tomb of the Dragon Emperor.

Ni Indiana Jones y el Templo Maldito (1984) ni La Última Cruzada supieron elevarse por encima de su condición de secuelas progresivamente artificiosas. El Templo Maldito por limitarse a exacerbar el espectáculo aparatoso a costa de un mínimo de inteligencia —es una película plagada de gritos irritantes, humor chusco y acción histérica—, aunque aún fuese posible percibir en ella a un cineasta con ideas. Y La Última Cruzada por ceder a un aburguesamiento total, a un planteamiento de entretenimiento familiar y comicidad infantiloide que hacía del pobre Indy un niño atosigado por su papá, y de sus correrías un recorrido por un parque temático (atención a ese tosquísimo prólogo en el que, de paso, se intentaban racionalizar los rasgos principales del personaje reduciéndolo a nada). Todo ello a tono con una realización funcional y una pobrísima base argumental que en el fondo no hacía sino clonar vergonzantemente En Busca del Arca Perdida con la excusa de recuperar su atmósfera. Intención no conseguida, por cierto.

Cada uno justificará como mejor le convenga el punto y aparte que supuso La Última Cruzada. Para nosotros resulta evidente que el Dr. Jones no daba para más y que a ninguno de los implicados, con Steven Spielberg a la cabeza, le quedaba un átomo de inspiración. ¿Que aun así todos ardíamos en deseos de volver a ver al hombre del látigo? ¿Que compensaba esperar los años que hiciesen falta, considerando además que era un reto ver cómo se desenvolverían un gran cineasta, Spielberg, así como el bueno de Indy, en este siglo XXI en el que la aventura es pasto de los superhéroes, los efectos digitales y la narrativa de los videojuegos? La respuesta a ambas preguntas es un sí rotundo. Aunque hubiese sido de agradecer que, a la hora de reivindicar nuevamente un lugar en el sol, Lucas (muy poco fiable tras su mediocre nueva trilogía sobre Star Wars) y Spielberg hubiesen reverdecido su categoría de creadores arriesgados —como lo fueron allá por el periodo 1977-1982, aunque hoy su legado nos parezca obvio— y no se hubiesen investido de unos aires tradicionalistas y autocomplacientes reservados a los fieles que hacen de El Reino de la Calavera de Cristal una secuela más, mejor o peor que El Templo Maldito o La Última Cruzada según los gustos, pero irrelevante en el panorama actual del cine comercial, al contrario que La Jungla 4.0 o Casino Royale, que sí han sabido decir algo nuevo de viejos héroes.

No vamos a desmenuzar la aventura desarrollada en el guión de David Koepp (colaborador previamente de Spielberg en algunas de sus películas más flojas: Parque Jurásico, El Mundo Perdido, La Guerra de los Mundos) porque supondría reventarle al lector las numerosas sorpresas que atesora la película. Sí debe señalarse que pesa sobre ella la sombra de muchas plumas previas; que abusa y mucho de los enredos con familiares y conocidos de Indiana para luego no darles ningún peso dramático real (Karen Allen, Cate Blanchett y John Hurt están totalmente desaprovechados); que los guiños a los films anteriores no son precisamente sutiles; que se apoya excesivamente en unos diálogos muy discursivos; y que en líneas generales funciona más por acumulación y por convenciones que por brillantez. Como La Última Cruzada. Ubicar por ejemplo la película en el año 1957 era una decisión apasionante, y lógica dada la indisimulable senectud de Harrison Ford —que, a pesar de eso y de sus mediocres parlamentos, mantiene a Indy en todo lo alto—; pero ni a la época, ni a los vaivenes del arqueólogo durante sus “años perdidos”, se les saca partido más allá de lo escenográfico y lo anecdótico.

En cuanto a la dirección de Steven Spielberg, propicia escenas tan brillantes como ese picado inicial que subraya la peligrosidad de nuestro arqueólogo favorito para los soviets contra los que combate en esta ocasión, o esa apertura de una caja con asombroso contenido. Posteriormente, mantiene un tono discreto al que beneficia enormemente la banda sonora de John Williams, bastante más efectiva para suscitar recuerdos y emociones que la puesta en escena. Las secuencias de acción son pocas y no demuestran una gran inventiva… Spielberg ha recalcado que deseaba dejar a un lado las actuales imaginerías digitales —algo relativo, hay al menos dos concesiones claras y extemporáneas a lo infográfico— y las florituras varias de realización y montaje, con el objetivo de homogeneizar esta entrega con las anteriores. Pero lo que parece El Reino de la Calavera de Cristal en muchos momentos es plúmbea y acartonada, algo en lo que también tiene responsabilidad la fotografía de Janusz Kaminski. Otra intención premeditada que no produce el efecto deseado.

Al igual que La Última Cruzada, El Reino de la Calavera de Cristal se deja ver con más o menos simpatía, está realizada con profesionalidad, y garantiza una tarde de diversión para toda la parentela. Ahora, y aunque esta declaración nos cueste amenazas de muerte por parte de los admiradores irredentos de Indiana Jones, uno ha disfrutado más últimamente, ha sentido fluir la adrenalina con más intensidad, gracias a títulos como Mission: Impossible III, La Búsqueda 2 o Iron Man que con la última aventura de un arqueólogo que, siendo a estas alturas él mismo una venerable reliquia, debiera haberse desempolvado un poco antes de volver a escena.

FICHA TÉCNICA DE INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL

Título original: Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull

Fecha de estreno: 22-05-2008

Web oficial: www.indianajones-lapelicula.es |

Año: 2008 Duración: 124 min

Director: Steven Spielberg

Guión: David Koepp; basado en un argumento de Jeff Nathanson, George Lucas
Intérpretes: Harrison Ford, Shia LaBeouf, Cate Blanchett, Karen Allen, Ray Winstone, John Hurt, Jim Broadbent.

Lo mejor:  

-Harrison Ford y John Williams.

Lo peor:

-El tufo nostálgico que Lucas y Spielberg han dado a la propuesta, sin otros motivos visibles que la cabezonería, la autocomplacencia y la vagancia.

Puntuación:

5,5

Para admiradores sin fisuras de Indiana Jones, y para quien quiera confirmar ese penoso adagio de Lampedusa en torno a que todo debe cambiar para que todo siga igual.

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