Zohan (Adam Sandler) es un agente del Mossad israelí con habilidades sorprendentes (agilidad, resistencia y fuerza sobrehumanas) que le convierten en un auténtico ejército de un solo hombre. Sin embargo, bajo su apariencia de estrella mediática para su gente, de 007 hebreo, se esconde un deseo inconfesable: Zohan en realidad quiere abandonarlo todo, marcharse a Nueva York y trabajar de peluquero en un importante establecimiento del ramo. Es por ello que se hará pasar por muerto y emprenderá la consecución de su sueño en territorio yanqui.
Con estos mimbres –y ayudados por la sobreexposición al tráiler de esta película– los espectadores ya nos hacemos a la idea de que nos vamos a encontrar ante una nueva comedia norteamericana de corte gamberro. También podemos intuir que, como suele ocurrir en estos casos, sólo caben dos resultados: o se logran los objetivos y nos reímos durante buena parte del metraje, o bien nos aburrimos mientras la vergüenza ajena hace presa en nosotros hasta el momento en que decidamos abandonar la sala de proyección.
Zohan: Licencia para peinar entra dentro de esta segunda categoría. Aunque no se alcanzan momentos de bochorno absoluto, y se pueden aguantar sin demasiados problemas sus prácticamente dos horas de duración sentado en la butaca, también es cierto que, tras la exagerada presentación del protagonista en los primeros minutos, el film no sabe mantener el nivel y se muestra falto de chispa, salvo en gags aislados donde seguramente cada espectador encontrará la excusa perfecta para reírse brevemente. El personaje de John Turturro sacudiendo golpes a una vaca durante una parodia de Rocky podría ser uno de esos momentos.
Uno de los tres guionistas implicados es Judd Apatow (Supersalidos, Lío embarazoso), pero aquí poco se atisba su talento cómico, sepultado bajo toneladas de chistes sobre la entrepierna del protagonista y demás insertos de humor igualmente toscos que por momentos nos hacen pensar que estamos viendo la réplica israelí de Austin Powers. La versión doblada al castellano, por su parte, aporta su granito de arena al espanto en forma de unos extraños acentos supuestamente orientales y unas chocantes expresiones idiomáticas algo difíciles de entender.
Como curiosidad decir que nos esperan apariciones de gente como Chris Rock, el tenista John McEnroe o la indescriptible Mariah Carey, que sólo vienen a subrayar lo caótico del resultado final. La última media hora de película es un “todo vale”, y sólo cabe el sonrojo ante las buenas intenciones que se vierten referentes al conflicto palestino-israelí. Quién sabe, quizá con Ben Stiller sustituyendo a Adam Sandler en el papel protagonista nos hubiéramos reído más. Aunque lo dudamos.