De interesarle a uno las teorías que plantea la película, sería difícil tenerlas en consideración habida cuenta de las muchas estupideces que hace su protagonista para contrastarlas
Hay quienes han aventurado que con la normalización social del porno, hoy por hoy accesible sin limitación alguna para cualquiera que tenga internet y objeto de chanzas abiertas en medios de comunicación y en la calle, a su pariente presentable hasta la fecha en público, el cine erótico, le quedan cuatro días.
Eso supondría dar por buena la idea de que la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico reside en los límites que imponen las convenciones y la legislación, las zonas del cuerpo humano enseñables en pantalla o la precisión de los ángulos de cámara. De ser así, Romance (1999), Fóllame (2000) o Nine Songs (2004), ficciones comerciales que incluyen sexo no simulado, estarían acabando con el debate.
En realidad, lo que distingue a un género de otro es que el porno tiene como objetivo prioritario la excitación de quien mira, y el cine erótico se pregunta qué late bajo la pulsión sexual, qué relación existe entre nuestros deseos primarios y la realidad consensuada que habitamos, cómo afrontar los abismos de Eros y Thanatos.
Nadie podría tachar a excelentes títulos eróticos como El Imperio de los Sentidos, Crash (1996), El Último Tango en París, Lunas de Hiel, Eyes Wide Shut, Tamaño Natural, Delicias Turcas o Sexo, Mentiras y Cintas de Vídeo de cumplir una función simplemente lúbrica, por no decir que algunos de ellos serían más útiles para rebajar la libido, lo que bien pensado desvelaría mucho sobre nuestras apetencias. Ni siquiera realizadores tan festivos como Tinto Brass o Russ Meyer escapan a una consideración de sus películas más relacionada con la sublimación artística de sus propias filias que con el intento de satisfacer las ajenas.
Desgraciadamente, a nivel popular y en la mente de muchos productores aún prima la idea de que lo erótico se corresponde con las características más aparentes y banales citadas al principio. Así, Diario de una Ninfómana sigue la estela de Emmanuelle, Historia de O, Bilitis, Nueve Semanas y Media u Orquídea Salvaje; escándalos prefabricados de temporada que amagan y no dan en cuanto a explicitud, saturan las imágenes de un esteticismo epatante para camioneros y administrativas, y justifican los deseos escopofílicos vergonzantes de unos y otras apelando a grotescas excusas de corte confesional o incluso reivindicativo.
La película de Christian Molina, por ejemplo, aspira a demostrarnos que ser ninfómana es respetable. O mejor dicho, que lo que las viejas y represoras estructuras patriarcales llamaban ninfomanía no es sino desinhibida expresión de la libre voluntad sexual femenina. De interesarle a uno tal asunto, sería difícil tomárselo en serio teniendo en cuenta la cantidad de estupideces (¡¡basadas en experiencias reales de Valérie Tasso, autora del libro en que se basa el film!!) que hace Val, una atractiva y bien posicionada universitaria cuyas inquietudes existenciales, o sería más adecuado escribir genitales, la llevan a protagonizar cuarenta y cinco escenas de sexo casi tan relamidas como la protagonista, Belén Fabra, hasta que pérdida del empleo, muerte de su abuela, maltratos domésticos y contratación en un burdel mediante encuentre la paz de espíritu… que consiste en seguir abusando hasta el infinito de sus labios mayores y menores.
A la absoluta idiocia y corrección política (valga la redundancia) del desarrollo argumental, que hace flaco favor a las mujeres pretendiendo lo contrario, hay que sumarle la incoherencia habitual en estos subproductos de estar exhibiendo venga a cuento o no el cuerpo por supuesto perfecto de nuestra heroína, ataviado con miles de euros en lencería siempre diferente; las pésimas interpretaciones de Fabra y de Leonardo Sbaraglia como su novio (in)formal; una dirección artística que convierte todos los escenarios en eso, en escenarios a la última en tendencias; y un trabajo de guión y realización tan pobre que todo se fía a la voz en off de Val, abrumadora por su profundidad: “He sido una mujer promiscua, sí. Pretendía, en definitiva, utilizar el sexo como medio para encontrar lo que todo el mundo busca. Reconocimiento, placer, autoestima y, en definitiva, amor y cariño. ¿Qué hay de patológico en eso?”
Contestaremos esa pregunta en cuanto algún médico nos pueda confirmar si el mal cine es susceptible de generar patologías.