Simplezas victimistas, tópicos dramáticos y una estructura narrativa muy deficiente echan por tierra una propuesta interesante sobre el papel
Nada permitía garantizar, a la vista de los trabajos previos de Dunia Ayuso y Félix Sabroso, que podrían salir airosos de esta ambiciosa película, que aspira nada más y nada menos que a perfilar un cuadro sociohistórico de la Transición española y una reivindicación de las mujeres más avanzadas que vivieron ese periodo a través de las desventuras de tres actrices de aquel cine clasificado ‘S’ —a medias entre lo erótico y lo pornográfico— que floreció en España tras la muerte del dictador Francisco Franco y se extinguió a principios de los ochenta, con el afianzamiento de las libertades democráticas.
Cierto que Sabroso y Ayuso habían dado muestras en la reciente serie televisiva Mujeres (2006) de cierta superación creativa, al apostar por un registro tragicómico algo más elaborado que la charcutería supuestamente humorística de que habían hecho gala en títulos tan lamentables como Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí (1997), El grito en el cielo (1998), Descongélate (2003) o Chuecatown (2007), de la que sólo fueron guionistas pero que conviene citar puesto que voces autorizadas nos han expresado su convicción de que se trata de una de las peores películas realizadas en la historia del mundo.
Se trataba en cualquier caso de un bagaje muy escaso para afrontar Los años desnudos. Claro que tenemos el antecedente de Boogie Nights (1997), excelente retrato de los inicios del cine porno en Estados Unidos, que era tan solo la segunda película del norteamericano Paul Thomas Anderson; pero entendemos que comparar al guionista y director de Pozos de Ambición con los de Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí quizás no sea lo más conveniente.
Centrémonos: la película de Ayuso y Sabroso es valiente, bientencionada, pero se estrella contra sus innumerables simplezas victimistas y corporativistas —todas aquellas mujeres merecían algo mejor, pero solo hallaron comprensión y solidaridad entre ellas; todos los hombres eran sinvergüenzas o lelos—, contra un guión que avanza a trompicones y está lleno de tópicos y frases hechas, y contra un trabajo de ambientación y vestuario muy cuidado pero burdamente dispuesto en pantalla, como lo haría un aficionado.
Así las cosas, únicamente en las interpretaciones de Goya Toledo, Candela Peña y una Mar Flores (también co-productora) más entonada de lo que nos temíamos es percibible alguna verdad, el convencimiento que falta en todos los demás aspectos técnicos de la película. Y por otra parte la secuencia más lograda responde a un elemento paradójicamente desaprovechado en el resto de Los años desnudos, los rodajes de aquellas estrafalarias producciones firmadas por Ignacio Iquino, Carlos Aured, Jesús Franco, Zacarías Urbiola y otros tantos directores hoy fallecidos, olvidados o en el dique seco.
Este crítico ha tenido la desgraciada oportunidad de ver en las últimas semanas varias películas españolas y la mediocridad de todas ellas, incluyendo Los años desnudos, empieza a hacer que uno se cuestione si la flagrante incapacidad para hacerlo mejor no tendrá ya algo de tara genética.