Ejecutada tras doce años de espera en el otoño del 2002, Aileen Wuornos terminaba así con la condena que había sido su vida, iniciada con una infancia de abusos y violaciones que la llevo a ser prostituta precoz, donde entre humillaciones de carretera mal cobradas acabaría matando a sus selectos clientes en una degenerada lucha por la supervivencia.
En sus sueños de un futuro mejor, imaginaba de niña la posibilidad de brillar todo lo que no le permitían sus circunstancias. Seguía haciéndolo mientras tuvo ocasión, entre abusos sexuales a cargo de su padre y abuelo (el primero terminaría por ahorcarse cuando se cansó de vivir) hasta que ya desesperanzada, acabó por encontrar la paz con Selby, la mujer con quien parecía podría tener aquello que le había faltado. Pero en una de las últimas burlas que le quedaba por presenciar, la vería declarando contra ella para librarse de las sospechas que recaían sobre su posible participación en los diversos asesinatos.
Si la permanente acusación con la que había vivido, bien de venderse, bien de terminar matando caprichosamente, olvidaban una propia realidad implacable que desde muy pronto se había propuesto vencerla, todavía el destino le reservaba en muerte una última broma siniestra. Todos esos sueños en que se refugiaba cuando el exterior la golpeaba sin tregua, brillar como actriz, como una mujer hermosa, como alguien especial, se encarnan en la preciosa sudafricana que de modelo a intérprete, ha terminado por alzarse con un Oscar interpretando sus desdichas, bebiendo de sus miserias, instrumentando sus angustias para hacer el papel de su vida.
Y es que entre Charlize Theron y Aileen Wuornos, media algo más que los 15 kilos y la capa de silicona y maquillaje con que ocultar su agraciado físico. Hay un abismo que separa dos mundos en el que uno se vende como ideal inalcanzable, cotidiano siempre en el otro lado de la pantalla, y otro como el de mugre y desperdicios, el de aquello que se aparta y se olvida en un acto de comodidad y pragmatismo frío. Hasta que llegado el momento, atendidos los imperdonables pecados, disponer de la vida que realmente nunca había tenido.
Siempre que se relata la historia de quien se ha visto obligado a matar, se corre el riesgo de dar justificaciones, de llevar al espectador a un punto en el que conceda la venia para el siguiente homicidio. Pero quien tuvo que enfrentarse a cada una de las noches de soledad y desprecio, para vender su alma por su cuerpo a cambio de miserables dólares, fue la única que supo a ciencia cierta cuantos recuerdos la acompañaban al apretar el gatillo. Cuanta rabia se liberaba al ver caer al suelo a quien tras sacar la cartera creía ser su dueño mandándole desde una falsa superioridad. Sólo ella pudo saber cómo de justo y de injusto fue cada uno de sus crímenes, y cómo de mucho o poco le importaba pagar con la muerte por esos actos. Monster, da una visión coherente, en que la mayoría de las veces la asesina sigue siendo humana. Lo es cuando se vende, lo es cuando entre palizas se levanta para devolver los golpes, y lo es cuando encuentra el amor en el sexo en que nunca lo había buscado. Hasta que entre varias muertes se hace monstruo, y llega al punto en que sus excusas se desdibujan, sus argumentos se desmontan.
Ahí, oculta, con los solos ojos seductores filtrándose por una recreación de la asesina, la oscarizada Theron maneja al personaje alternando fuerza y debilidad, decisión y tormento, ante otros ojos, grandes y expectantes, de esa amante que interpreta Christina Ricci. Un personaje inmaduro con el que caminar hacia el infierno.
Con ese regusto a tragedia de telefilm, la producción, actrices y medida banda sonora mediante, mantienen el nivel de las buenas cintas. Sin mucho más, salvo el recuerdo a quien sólo en su muerte logró algo de lo que necesitaba para seguir viviendo. Atención, reconocimiento y comprensión.