Pueden tacharme de ligero y superficial, pero a mí “Zombie”, carente tanto del clasicismo formal de “La noche de los muertos vivientes” como de las excesivas pretensiones sociológicas de “El día de los muertos”, siempre me ha parecido el título más conseguido de la sacrosanta trilogía de George A. Romero, por lo que la perspectiva de un remake no podía antojárseme más suculenta. El saber que el responsable de la puesta al día del original iba a ser el guionista James Gunn, un tipo capaz de combinar la tromática “Terror Firmer” con la saga “Scooby Doo” y una nada desdeñable carrera de novelista de culto, no hacía sino aumentar las expectativas.
Los resultados no me han defraudado. Planteada con un festival del exceso en toda regla desde un prólogo que es pura dinamita, la película recupera el esquema del clásico para bucear en sus contornos más oscuros e interesantes: las relaciones entre un grupo de supervivientes del apocalipsis que se saben probables elegidos para superar el fin (¿o el punto de inflexión?) de nuestra civilización conocida. Hay escenas para el recuerdo (el parto del bebé zombie, el citado arranque), psicología pulp de diseño de personajes, buenos actores (sorprendente Sarah Polley como reina de la función), litros y litros de sangre, secuencias de pura acción prodigiosamente montadas y, lo más importante, una capa de cinismo y humor negro con el que sus responsables consiguen barnizar tanto los momentos más memorables como la propia constitución de sus marionetas.
A este “Amanecer de los muertos” no le interesa tanto como a Romero buscar culpables, hacer sátira contra el ejército y las instituciones o equipar a vivos con zombies como dibujar las preocupaciones elementales de unos títeres que se saben en tiempos extremos (los nuestros) y encaminados a un desastre que no entiende de finales felices, de historias de amor o de redenciones personales. Personajes con más pasado que futuro (muy bien reflejado en las miradas de Ving Rhames, Jake Weber y Bruce Bohne) y con unos historiales velados que se intuyen llenos de obstáculos y rendiciones, las suficientes para que se pregunten si ellos merecen un destino mejor al del resto de los mortales zombificados.
Interesante sería preguntarse por qué precisamente en estos tiempos, el cine fantástico de evasión, de "Terminator 3” a la película que nos ocupa, parecen esculpidos con ese tono cínico-apocalíptico propio del que sabe estar viviendo el verdadero armagedón, aunque sea en ralentí. Sea como fuere, nada mejor que el horror palomitero para exorcizar nuestros propios demonios, y doblemente bienvenido si se hace con talento, sentido del humor y sentido del espectáculo. Como es el caso.