En un momento dulce para el documental, llega a nuestras pantallas con más de dos años de retraso y una difusión más que tímida, Los ojos de Ariana, una co-producción entre España y Afganistán, dirigida por Ricardo Macián. Antes de su estreno en los cines españoles, ha ido cosechando elogios y menciones a su paso por diversos festivales internacionales.
Macián conoció esta historia en el año 2001. Trabajando como corresponsal en Afganistán durante cinco meses, hizo una notícia de minuto y medio sobre la quema de películas y trabó amistad con los trabajadores de la Afghan Films. El realizador se comprometió con ellos a rodar la que sería su siguiente película. Filmada en formato Betacam digital de 35 mm, propone una metalingüística cinematográfica sobre el valor de la cultura.
El argumento nos presenta a un grupo de operarios de la filmoteca afgana que siempre han vivido por y para el sétimo arte. Los trabajadores preservaron, con todos sus esfuerzos, parte de los archivos que contenía el edifico durante el período talibán para que la cultura no fuera destruida. Decidieron silenciar todo lo que habían conseguido ocultar hasta que estuvieron completamente seguros de que podían destapar su tesoro. La lucha por la supervivencia y por la transmisión de la palabra son la respuesta a los años de oscuridad en los que la educación y la cultura parecieron diluirse.
El filme-testimonio regala así una suerte de documento que bordea la ficción experimental y que relata como los personajes lograron su cometido. Pero su capacidad expositiva escapa de las leyes del documental y se sumerge en una espiral de imágenes encadenadas, emotivas conversaciones y secuencias insólitas. Por momentos, el espectador contempla una cascada de bellos fotogramas hilvanada con ritmo admirable.
Se trata de una apuesta arriesgada y meritoria, que quiere preservar la memoria histórica a través del arte. Bien podría ser un manifiesto sobre la cultura afgana y los valores que el cine ha abanderado. Bien podría ser un hermoso, aunque enrarecido cuento sobre unos personajes que velan por un ideal. Se atreve a mostrar el bien y el mal de un país convulso sin pudor alguno. Su narración bien podría tratarse de un bello teorema compuesto de asociaciones simbólicas que rinden honor a una causa. Sin embargo, su simbolismo resulta tan sugerente como evocador.