El éxito de los X-Men, la expectación remunerada del asombroso hombre araña, y la venidera versión del genuino Ang Lee de Hulk (castizamente denominado "La Masa"), son motivos suficientes para afirmar que los héroes del comic están viviendo una segunda juventud en la gran pantalla. Medios suficientes para personajes sobradamente conocidos, contribuyen a alegrar el fantasioso género de acción con hombres que utilizan sus super-poderes en una encontrada lucha del bien y el mal.
En alguna reunión de productores, alguien debió dejar caer sobre la mesa un nombre que podría alimentarse de este planteamiento. Y lo hizo no para darle el respeto merecido y dejarlo en su sitio junto a figuras emblemáticas, sino con una simple aspiración económica que marcaba una dirección poco alentadora. Evidentemente, Dare Devil no es Spiderman, ni Mark Steven Johnson es Sam Raimi. Pero de ahí a la vergonzosa forma de coger una figura Marvel y arrojarla a los desapasionados designios de cabezas de mantequilla, hay una diferencia que lleva a hora y media de temeraria penuria, de saltos estúpidos en una coreografía de peleas de bailarinas ingrávidas, y de un guión pueril que podría concebir un niño de siete años que haya tenido un contacto -no necesariamente sentido- con los cómics del protagonista.
Visualmente podría calificarse de más que aceptable, especialmente a nivel de efectos, panorámicas rítmicas de la ciudad de Nueva York, y por las peleas de saltimbanquis que lamentablemente no tienen sentido. Una cosa es que un chaval pierda la vista por quemaduras con sustancias radioactivas -la radioactividad en el comic siempre ha tenido conscuencias provechosas, ello contra la opinión de Greenpeace- y que en vez de montar una paraeta de la ONCE se dedique a salvar vidas. Otra es que parezca Superman por sus largos brincos, que entre sus bailoteos voladores se enamore en una pelea ridícula con una modelo macizorra, y que pretenda aparentar profundidad y trascendentes dudas de vengador con la credibilidad y capacidad dramática de Paco Porras.
El único mérito que puede otorgársele, es la forma de recrear el particular sentido de visión desarrollado por sus otros sentidos en medio de la ceguera, buen modo para reflejar la idea original, pero que se convierte en única base para los fieles. La estructura está tremendamente maltrecha, errónea hasta en la distribución del más previsible de los ritmos, y no cabe excusarse siquiera en buscar un público infantil, pues la crudeza asesina sin ser explícita resulta más bien deprimente.
Lamentable, en conclusión, y además de arriba a abajo.