En las décadas de los 50 y los 60 del pasado siglo XX, el terror había vuelto a Europa con nombre propio. La compañía inglesa “Hammer” había adquirido los derechos de una gran cantidad de personajes clásicos del cine de suspense con que iba a inundar a las producciones de su clase durante unos provechosos años.
Entre algunas de sus películas había una figura de elegancia aristócrata e imponente presencia, que con su llamativa mirada podía esconder personalidades inquietantes. Esto fue así porque al inicio de ésa década de los 50 Vicent Price, tras concluir un contrato de 10 años con la Fox y volver a Broadway, compaginando sus actuaciones con esporádicas apariciones cinéfilas llegó a convertirse en un indispensable. Porque desde que en plena moda tridimensional asumió el protagonismo de “Los crímenes del museo de cera”(1953), su repercusión le hizo participar en una larguísima lista de cintas de terror que le convirtieron en una cara sobradamente conocida asociada a historias tenebrosas. Y asociada también de forma particular a un subtipo, por habitual en las adaptaciones de los góticos relatos de Edgar Allan Poe a cargo del director Roger Corman.
En 1982, un joven creativo que llevaba apenas dos años contratado en la Disney, terminaba un corto de animación en stop-motion con una apariencia marcadamente expresionista. En sus seis minutos de duración, la narración corría a cargo del personaje que siempre le había inspirado. Su título era “Vincent”.
Tim Burton había llegado a la compañía de Mickey Mouse y familia por un talento e imaginación genuinos, que por aquel entonces enfocaba al dibujo y animación. Sería impreciso decir que Tim estaba marcado por una infancia repleta de películas como las antes nombradas, por cuanto para él la infancia no responde a una etapa de su vida, sino que se convierte en su vida misma.
Siempre soñador, siempre reflejo de todos aquellos mundos en los que se asomaba para poder participar de un universo fantástico, en él se alejaba cada vez más de la realidad, y en él logró desde muy pronto comunicar ambos lados por medio de sus llamativas creaciones. No tardaron en unírsele seguidores que le admiraban y que agradecían ese puente que tendía para llegar a un lugar onírico donde valía la pena quedarse. Si en BIG FISH de forma reciente ha vuelto a dar muestras de toda esta visión, en su filmografía hay muchos más ejemplos de aquello que él es y nos hace ser. Y si hay una en particular que hay que destacar por encima del resto -posiblemente desde un punto de vista personal-, esa es la historia de Eduardo, el retraído y bondadoso personaje de mirada tierna y manos cortantes. En ella, la devoción que Burton le debía y rendía a Price se materializaría en metáfora, al dar vida su personaje a su más querida creación, como a su forma había dado vida tiempo atrás a sus fantasías.