En el siglo XVI, en las profundidades de Inglaterra, un pequeño pueblo gobernado por un frío Lord normando recibe la visita de un grupo de actores itinerantes. En sus filas debuta un retirado sacerdote, quien se ha integrado en el reparto accidentalmente tras tropezar con el grupo cuando huía de su pasado. Ante el escaso éxito de las representaciones, que ha alcanzado una indudable monotonía, estos deciden revolucionar el mundo del teatro de la época introduciendo un elemento novedoso: interpretar hechos de la vida real, dejar a un lado las recurrentes interpretaciones bíblicas.
Pero cuando se disponen a representar la muerte de un niño, de cuyo juicio han sido testigos al llegar al pueblo, ponen en evidencia gracias al clamor del público las incoherencias del relato de las autoridades. Y sin quererlo, al ahondar en la herida abierta, convierten la justicia por lo sucedido en una búsqueda ineludible.
Basada en la novela de Barry Unsworth, esta coproducción entre Inglaterra y España cuenta con un reparto sobradamente solvente entre los que se incluyen Willem Dafoe -como jefe del grupo de actores- y Paul Bettany, que recientemente ha realizado papeles tan destacados como el de coprotagonismo en DogVille con Nicole Kidman, o el de ayudante de Russell Crowe y médico de la tripulación en Master & Commander.
De los mejores resultados de esta cooperación angloespañola, el decorado del poblado medieval, coronado en castillo e Iglesia, que si bien no da para grandes lucimientos logra el apoyo preciso en la recreación para dar credibilidad. Curiosamente, para su construcción se contó con la colaboración inestimable de presos de tercer grado de la prisión de Acebuche, que con algo de experiencia en estos trabajos cumplieron con los objetivos establecidos en un tiempo récord y terminaron integrándose entre los figurantes (quizá en Hollywood deberían plantearse el sistema... que además aquí se insertaba en una parte de la temática: la redención). El lugar escogido para el rodaje, después de desechar parajes de Francia, Bulgaria y Yugoslavia por los escasos parecidos a un pueblo inglés, es el de una mina abandonada en Rodalquilar, Almería.
Ahora bien, si en cuanto a reparto y escenario tiene logrados algunos méritos, si la introducción se encamina correctamente con el propio infierno que vive el personaje de Bettany -y que encontrará en la resolución del caso una forma de expiar sus pecados-, y si esa presentación del argumento se hace con naturalidad original, en lo demás faltan apoyos para que dé la sensación de que esta historia merece ser contada. Porque lo que es el caso propiamente dicho, el oscuro personaje que se esconde y se protege culpando a una inocente de sus actos, no sólo es que esté sobradamente visto, es que en todo lo visto anteriormente suele haber mucho más interés del que aquí apenas llega a intuirse.
En ningún momento se llega a subir el nivel de implicación, el énfasis en el drama, ni las emociones que deberían despertarse. A la hora de llevar el objeto de la narración a buen puerto, si se introduce una reflexión se hace con tanta languidez que es difícil, por pereza, lanzarse a su caza. Y en todo caso, de significar, significa poco y poco novedoso.
Así que una sensación resumible en un sencillo “pues vaya” es la que concluye tras un lento alargamiento forzado. Casi dos horas de simpleza con buenas intenciones para huir de lo estridente que cae en terreno contrario, donde uno no se plantea por qué cuenta las cosas que cuenta, y qué sentido tiene contarlas.
Al igual que sus protagonistas en sus primeras representaciones, están abocados a arrancar bostezos del respetable.
Y poco más.