Desde el 2001 lleva esta producción italiana pendiente de estreno. Es algo que suele ser clarificador, aunque hay honrosas excepciones. También llegó con algo de retraso Lost In Translation, y sobre ella podemos obviar comentarios. Aunque no es este el caso, conclusión a la que también podríamos haber llegado con otro prejuicio: su estreno después de tanto tiempo llega buscando hueco en cartelera en la época estival.
No obstante, por una serie de confusiones encadenadas seguro que alguien podrá sumirse en el prolongado tedio de éste último beso sin caer en el sueño profundo. Si la reacción ante el cine-show de acción unineuronal es una sesión plúmbeo-anestésica de este corte, lo único que puede decirse es que vamos aviados. Porque a pesar de que haya quien pueda confundir su exceso de cháchara con elaborado guión, o su necedad de culebrón de interés chisimoso con realistas retratos contemporáneos -cuando se alimenta por el mismo jugo que los contenedores del mundo del corazón-, esto es ni más ni menos un conjunto mal preparado de fotografías de vidas prosaicas con que dar excusas a quien quiera reflexionar sobre infiernos personales de la vida mundana.
Aquí, de cara a representar el vulgar sufrimiento de unos cuantos mindundis, se nos traslada su carga al hacernos sufrir con sus memeces cotidianas al gusto del marujeo. Una estresante recurrencia en sus dudas emocionales que coge a varios personajes y llega a generar un desprecio misántropo a sus vidas y a desear un fin pronto y agónico para ellas. Por tener, lo tenemos todo: una mujer de belleza perdida y desquiciamento menopáusico, un futuro padre en caprichosa crisis buscando cornamenta a su pareja, un loco obsesivo que quiere vete a saber qué de su ex, un pardillo que aguanta los chirridos de su bebé y mujer, y un tipo de pelo jamaicano cuyas pintas alternativas atraen cada noche a una guarrilla distinta.
Por algún motivo Gabrielle Muccino entendió en esta su tercera película que eso debía interesarnos, y que estaba visionando grandes hallazgos de los conflictos humanos subsumibles en síndromes de Peterpan, deseos de huida, y unas cuantas tonterías más. Pero lo cierto es que estas casi dos horas de dosis de amarga realidad concentrada, de extracto de descerebrado en una suerte de ‘Sensación de vivir’ a la italiana, es sólo un motivo más para quedarse en casa. Si ahí les puede el aburrimiento, siempre podrán provocar alguna riña local incoherente. No le andará a la zaga a las de esta película.