Película de acción y conspiraciones, vista por David Mamet. Tratándose de una de las personalidades del cine más respetadas y admiradas, lo primero es que poco puede decirse en su contra, lo segundo que los adversos al cine de acción cambiarán su punto de vista al tratarse de una de las figuras a cuya obra sí pueden admirar: unir un secuestro-rescate, la rudeza del ejercito, la trata de blancas, y giros ‘inesperados’ pasa de la típica vulgaridad de los estudios de Hollywood, a una obra con ritmo si se le pone su nombre. Y si al final incluye un retazo de la hipocresía de los gobernantes yanquies, mejor que mejor. Se ha cumplido con el cine de autor y se pone mal “a los malos”.
Pero lo cierto es que si se le aportase un montaje de cámaras nerviosas tipo videoclip, una fotografía más marcada, protagonistas más tecnológicos y algún tema del momento haciendo de banda sonora, el envase se adaptaría a lo que nos dan otras, y no quedaría ni entre la serie media de las del género. El guión por ejemplo seguiría necesitando una revisión. Sí, el guión. A pesar de que hablamos de Mamet, que lleva nueve películas combinando dirección y guión, dos nominaciones a los oscar y su firma aparece en los textos de cintas como La Cortina de Humo, El Cartero Siempre llama dos veces, o Los Intocables de Brian de Palma. La aburrida pose de Val Kilmer por su parte, con la excusa de su frialidad le convierte en una figura hierática que tras Dinero Sucio haría bien en recordar que sí es capaz de algo más. Y por supuesto, al empeño recalcitrante de Mamet para con la sorpresa –que no llega a los tintes caricaturescos de El Ultimo golpe- le vendría más que bien una pequeña reflexión sobre la pertinencia de los recortes argumentales.
Su aportación a todo esto, es un envase de corte más artesanal. Lo que hace lo hace sin grandes efectos ni medios, y a pesar de las lagunas logra armar el interés durante más de 100 minutos. Algunas decisiones de trama puede que vayan por el camino del tópico, pero las conduce sin miedo de caer en él, y las aguanta con sobriedad sin ánimo de lucimiento. Y a pesar de un cierto tufillo a mediocridad en varios frentes, queda algo de sello propio, de huida de aquello de lo que muchos espectadores también huyen por alergia a las complicaciones y la pompa. Puede ser sólo más de lo mismo visto de otra forma, pero además aporta las cualidades de quien sabe hacer mucho y a medio gas es capaz de cumplir.