Fahrenheit 9/11 no debe ser juzgada como una película de ficción, a pesar de haber obtenido la Palma de Oro del Festival de Cannes. Fahrenheit 9/11 es un documental, y los criterios para valorar un documental son distintos que para un filme. El objetivo de un documental es informar sobre hechos reales, susceptibles de interesar a la audiencia y cuyo contenido desconoce. Estamos ante un género periodístico. Una película de ficción, sin embargo, se inventa la realidad con el simple objetivo de entretener, emocionar, o si nos ponemos más pretenciosos, de llegar a una verdad oculta.
Sin lugar a dudas, Fahrenheit 9/11 genera un torrente de emociones. Trabaja con un material que hoy por hoy afecta a toda la humanidad. Recoge testimonios estremecedores e inolvidables, provocando en nosotros una enorme compasión por varios entrevistados y un enorme desprecio por W. Todo ello con un gran sentido del humor, con mucho ritmo y argumentando una tesis. Si tuviéramos que valorarla como película, indudablemente funciona.
Como documental, coincido con la mayoría de sus planteamientos, pero lamento su tratamiento poco profesional. Sus fuentes son muy reducidas y siempre sesgadas hacia el lado demócrata, lo que a un espectador imparcial debería generar desconfianza. Incluso en ocasiones, falta a la verdad. Para justificar la incapacidad de George W. Bush recabando apoyos para la invasión de Irak, enumera una lista de aliados formada sólo por países bananeros, omitiendo a Dinamarca, Australia, Reino Unido, España, Italia o Portugal. Una pequeña omisión sin importancia en un tema del que los españoles somos resabiados. Pero si detectas una mentira justo en la parte que te atañe, ¿por qué no vas a desconfiar del resto?
Michael Moore ve a los neoconservadores como el demonio con rabo y orejas y no lo oculta en ningún momento. Su odio es tan grande que acusa a la administración de generar deliberadamente pobreza para producir potenciales reclutas y enviarlos a Irak. De nuevo la falta de rigor, al poner como único ejemplo de su teoría de la conspiración el poblado Flint, que es ni más ni menos que el pueblo natal de Moore. Por supuesto no dice que los problemas de la zona empezaron mucho antes que la actual presidencia.
Michael Moore no tenía que haber caído en estos errores. El material que trabaja y su planteamiento son lo suficientemente interesantes y ricos en ejemplos que bien podía haber dado cabida a otras voces y colores.
El film imputa tres delitos a la actual administración. Primero que Bush es un estúpido. Lo cierto es que lo demuestra más allá de cualquier duda razonable. La reacción del presidente de Estados Unidos tras habérsele notificado el ataque a las torres gemelas es una de esas imágenes que te llevas a la tumba. Segundo que la invasión de Irak se hizo para satisfacer los intereses económicos de una oligarquía y no en el marco de la lucha antirrorista, que en el fondo nunca ha interesado al presidente, antes y después del 11-S. Aquí es donde el documental adolece claramente de una segunda opinión. Con todo, aporta datos tan turbadores como las conexiones financieras entre la familia Bush, el mundo del petróleo y la mismísima familia Bin Laden. Otra de las verdades del barquero: ¿por qué demonios se desalojó a veinte miembros del clan Bin Laden a Arabia Saudita horas después del 11-S sin ni siquiera interrogarles?
Tercera imputación, que el gobierno estadounidense ha manipulado a su pueblo para ir a la guerra contra un país que no suponía una amenaza para él, al igual que los gobiernos totalitarios de las novelas Fahrenheit 451 o 1984 manipulan a sus súbditos. Aunque Moore no coge los mejores ejemplos (se basa demasiado en la Fox, como si aquí juzgaramos a la opinión pública por lo que dice la Cope) la existencia de una campaña mediática para difundir hechos (la vinculación Irak-Al Qeada) que luego se han probado falsos es innegable.
En general las tesis de Michael Moore coinciden con las expuestas por Richard A. Clark, (responsable de la lucha antiterrorista con tres presidentes incluido Bush hijo) en su libro Contra todos los enemigos aunque tiene mucho que aprender de él para dar a su obra una apariencia de objetividad. Por otra parte, el libro de Clark, que es absolutamente demoledor, tiene el defecto de ser un libro (para los americanos), lo que convierte al documental de Moore en un obra necesaria aunque sólo sea como contrapeso a los abusos informativos de los republicanos.
El mundo tras el 11-S, (y aún más España tras el 11-M) se ha vuelto tan loco e inseguro que todos necesitamos alguna respuesta. Moore tiene una respuesta muy simple y por tanto eficaz. La culpa de todo la tiene George W Bush. Échele la culpa, ya verá qué bien se queda. A mi modo de ver,la escena central de la película es la visita de la madre de uno de los soldados que murieron en el primer Black Hawk derribado en Irak a las proximidades de la Casa Blanca. “Me siento mejor al haber venido aquí”, dice a la cámara. “Por lo menos ya sé a lo que tengo que que odiar”. Fuera de la gran pantalla, el espectador también encuentra dónde dirigir su odio. Así, Fahrenheit 9/11 funciona como terapia colectiva, proyectando figuras hacia las que podemos liberar nuestros temores y nuestro odio, tal como por cierto también lo hacen los espectadores en la novela de Orwell 1984. A los franceses les ha gustado tanto la experiencia que le han dado por primera vez a un documental el premio a mejor película.
Sin embargo a mi me ha dejado convencido de que George W. Bush estaba tan obsesionado por Sadam Huseim como Michael Moore lo está por el propio Bush, y que a ambos su obsesión les ha impedido hacer bien su trabajo. Aunque por supuesto, en el caso de Moore es más disculpable y entretenido.