Val Kilmer y Christian Slater vuelven a encontrarse después de Dinero Sucio, una de las cintas más impresentables de los últimos años y que bien podría haber acabado con sus respectivas carreras. En esta ocasión participan de un capricho de producción aspirante al imposible rizado del rizo, a la búsqueda de un guión que reincidiendo en el thriller y el suspense, mantenga al espectador dudando sobre quién va machacando progresivamente a los miembros de un grupo del FBI en misiones de prueba. Con este pretexto, el trabajo de Wayne Kramer (artífice de The Cooler) y Kevin Brodbin como guionistas, debidamente remendado en reunión productora, encuentra en la dirección de una cámara moderna como la de Renny Harlin (La Jungla 2, Máximo Riesgo, Driven, Deep Blue Sea...) todo lo necesario para que los inversores crean estar haciendo la película más innovadora de los últimos años, cosa que evidentemente no consiguen.
Las similitudes con Identidad en cuanto a la incertidumbre en la caída progresiva de los protagonistas, acompañada por una efectiva vocación por la sorpresa en cuanto al momento y elección de los difuntos, tiene otro punto en común en cuanto a la inevitable perdida de fuerza. Es fácil que un escritor encuentre una historia inspiradora, una situación que realmente merezca la pena. Encontrará la forma de llegar a ella, de manejarla y darle cuerpo. Pero justificarla en desenlace es algo que está al alcance de unos pocos, y ahí lo ya visto es para el resto una presión excesiva, y entre la huída de los convencionalismos y los ánimos de revolución tramposa, es fácil que se acabe perdiendo la credibilidad y el sentido común.
Desde el inicio, con Val Kilmer ejerciendo de pedante que adoctrina a un grupo de miembros de élite del FBI -entre SWAT y La prueba- todo se arma con sobrada solvencia. Cuando en la última prueba para los novatos estos se desplazan a una isla desierta, con una construcción que reproduce un escenario habitado sólo por maniquíes y en el que se enfrentarán a un falso psicópata, por más que no se aproveche suficientemente el decorado para aportar más atmósfera (una gran ausente, a pesar de la general corrección y el gusto de Harlin por los planos videoclip) lo cierto es que la inmersión en la trama es absoluta. Posteriormente, cuando las primeras muertes asoman y los personajes han de poner a prueba la pericia del guión en cuanto a argumentaciones y relaciones humanas, lo que estaban siendo discursos pretenciosos de inspiración psicológica para demostrar su gran preparación, comienza a ser un paseo a ciegas hacia una salida imposible. Los recursos habituales se conjugarán en una nueva combinación con aspecto de despiste, el final amagará para revolverse en otro final. El malo que era, no lo era, el que podría serlo, quizá lo era realmente... y la lógica, el argumento sólido como base, se tambaleará inevitablemente. Mejor no pensar en ciertas incongruencias, dejarla acabar y contentarse con algunos puntuales momentos bien llevados dentro del género. Las hay mucho peores.