"Si nadie parece muy feliz en Omaha, no es que el director se esté vengando de su lugar natal ni esté haciendo una declaración general sobre la vida en América. Payne simplemente nos dice que la vida es una tragedia monótona cuyos actos, en las mejores circunstancias, son separados por momentos de alta y baja comedia".
Con esta afirmación tan descriptiva realizada por Manohla Dargis (probablemente se pregunten quién es, yo también lo hago) se ponen de manifiesto todos los rasgos de la filmografía de un autor de sátiras visuales fiel a su tierra natal. Allí hay más bien poco que contar, pero teniendo en cuenta que su fina crítica necesita menos aún para irse elaborando, apenas de un silencio y una mirada perdida de incomprensión, le vale el lugar para ubicar la última etapa y decadencia de un hombre de muda mordacidad al que todo se le acaba.
Esta era la pérfida intención de su director: crear a un hombre bueno, de vida correcta repleta de esfuerzos, y en sus últimos días quitarle las cosas más importantes de su vida, abandonarle a un obligado encuentro personal en que su única vía de expresión sea su rostro indolente apenas inalterable.
Con suficientes elementos para convertirse en un drama, en una excesiva reflexión guiada por el aburrimiento, nunca llega a caer, siempre hay espacio para conectar con el personaje y percibir como él lo hace ese lado costumbrista que lo rodea y que sorprendentemente no se extraña de su incoherencia. Se enfrenta en solitario al cruel destino de un desprecio generalizado, y con todo, sin prisas pero sin pausas, refleja perfectamente su forma de seguir adelante con o sin alegría. Sin duda, una película ideal para su protagonista, un Jack Nicholson a quien nunca le ha costado mostrar fealdad y crudeza cuando era necesario, y acompañarlas de los rasgos sardónicos de su cara para guiar nuestra sonrisa. Entrañable, dramática y cómica al mismo tiempo.