Desde los documentales de la 2, a los Bowling for Columbine, el género documental nos a abierto la ventana a civilizaciones diferentes, horizontes inex-plorados que nos enriquecen, tanto emocional como culturalmente.
Pero también es innegable que en su mayoría suelen aburrir al gran público, pasando injustamente inadvertidos. Este es el caso de La historia del camello que llora aunque posiblemente su olvido este más que justificado. El título ya avanza el argumento de la película: un camello que no acepta a su hijo, y se pasa dos horas dando berridos, mientras que sus dueños, una familia nómada del desierto de Mongolia, se preguntan por qué su animal es tan mala madre. Cuanto menos curioso.
Pero sólo eso, la cinta no pasa de lo anecdótico, dejando a medio explorar aspectos mucho más interesantes que la depresión del camello y la desnutrición de su bebe.
La historia de la familia nómada no deja de ser meramente secundaria, retratada para que sus voces acaben con el silencio y la monotonía que se apoderan durante espacios de diez minutos y más. Y sus intervenciones y diálogos son del tipo “pásame la sal” o “que triste veo a la camella”. Algo que hace que la película, aunque a ratos bonita, resulte insoportablemente aburrida.
Dicho esto apuntar que esta producción ha sido alabada por la crítica de varios paises y ha ganado premios en varios festivales. Hay gente para todo. Es cierto que tiene algunos aciertos, y varios momentos son verdade-ramente tiernos, como el ritual-musical para unir a la madre con su recién nacido, donde se cumple el título de la película y a la camella le caen auténticos lagrimones. Aún así, el que una camella de Mongolia llore cuando un chino toca el violín, no da ni para un corto, y mucho menos para una película de más de hora y media.
La historia del camello que llora se estrena España tras pasar por la sección oficial de Gijón, recibir la nominación de la Academia de Cine Europeo y recibir premios de festivales como Karlovy Vary y Buenos Aires.