Mito dentro de la delincuencia, la vida de Frank Abagnale Jr (coguionista y escritor de su propia biografía) fascinó desde un principio al todopoderoso Steven Spielberg, quien ni corto ni perezoso se dispuso a olvidar recientes experiencias futuristas, y optó por poner toda la carne en el asador para contar la vida del mayor estafador de la historia norteamericana (escándalos electorales aparte).
Elemento importante de apoyo pues, contar con una base real que refuerce la credibilidad en los momentos en que el espectador podría cansarse de supuestas exageraciones. Pero salvo que haciendo honor a su condición de estafador, o que las típicas licencias de interpretación en la pantalla grande hayan adulterado demasiado el resultado final, esta vida no es sólo interesante, sino que moralidades aparte, tiene su punto incluso admirable. Porque además de burlar a la justicia, encontrar resquicios por el que meter su ingenio para sacar dinero, y pegarse la gran vida, Abagnale ha sacado rendimiento a cada una de sus fechorías, y esta cinta no es sino la última manera de hacerlo.
Acompañado de uno de los directores de más reconocimiento del cine contemporáneo -al que no podrían faltarle detractores en defensa de alguna postura enrevesada y pintoresca-, se le da un traslado en que con grandes interpretaciones y un corte impecable de cine clásico, produce dos horas de magia en la estafa. El antagonismo entre perseguidor y perseguido, les une y acerca en una pelea en que cada uno desempeña un papel, y en que el respeto y el afecto acaban por encontrarse. Un elemento más de la inverosimilitud que acompaña a una aventura cierta, progresiva en temeridades a las que antes o después había que poner un fin. Aunque sea más por voluntad del protagonista, que por lo que los demás puedan hacer para cazarle.