Existen dos cineastas en mi memoria cinematográfica que me producen el mismo efecto narcótico. Con ellos, talentos de arrolladora personalidad y ambiciosa filmografía, me dejo arrastrar por sus atmósferas sin importarme a dónde me lleven, y lejos de extraer cualquier conclusión que me satisfaga, disfruto simplemente del camino recorrido.
Recuerdo asistir absorta al pase de Mulholland Drive en el Festival de Sitges de hace algunos años. Lynch es un director que desborda y emociona a partes iguales, y con este experimento cinematográfico dejó K.O. a más de uno.
Won Kar-Wai me provoca una sensación parecida. Ambos directores atraen a un público ávido de nuevas experiencias fílmicas lejos de los cánones a los que Hollywood nos tiene acostumbrados. No cabe duda de que su talento se ha puesto al servicio de un cine arriesgado en la puesta en escena, reflexivo en su discurso y principalmente onírico en el caso de ambos realizadores. No obstante, lo que en el cine de Lynch resulta inquietante, Won Kar-Wai lo convierte en una balsa de aceite lírica, donde las escenas ralentizadas juegan un papel muy importante y chocan a su vez con una estética desbordante.
2046 es el título de este film de sensaciones. El número al que se hace referencia encierra un gran significado puesto que es la habitación de hotel en la que se desarrolla el relato. En ella habita un escritor que remueve sus amores del pasado a través de una novela situada en el futuro, más concretamente en el año 2046. Tras esa excusa, Chow Mo Wan (Tony Leung) reflexiona sobre sus vivencias acaecidas con tres mujeres bien diferentes(las internacionales Gong Li, musa de Thang Yimou, Zhang Ziyi Tigre y Dragón, y Faye Wong).
Pero por sorprendente que esto pueda parecer, la historia no comienza en 2046, sino que el film está directamente vinculado con su anterior obra Deseando amar, en la que Tony Leung ya interpretaba a este mismo personaje. Con este nuevo dato podemos llegar a la conclusión de que esta se intercala en el mismo discurso de y es justo aquí cuando Kar-Wai invita al espectador a realizar su propio montaje de la producción.
Con una indudable habilidad para la plasmación de una poética ya olvidada en el cine, el hongkonés capta desde el primer fotograma el interés del espectador capaz de diferenciar entre lo sugerido a y lo cien veces masticado. Y se erige así como uno de los directores más románticos venidos del lejano oriente.