Oliver Stone es uno de los directores vivos más grandes, y si hubiera que elegir al mejor, no sería descabellado quedarse con él. La mayoría de los artistas repite su tema, Stone no. No le tiene miedo a nada, y suele sacar la nota más alta en cada uno de los géneros que toca: sea Vietnam (Platoon, Nacido el 4 de Julio), deporte (Un domingo cualquiera), música (The Doors), asesinos en serie (Natural born killers) la política (Nixon, JFK) o la bolsa (Wall Street).
Ahora se ha atrevido con la historia clásica, la biografía del conquistador más grande de la civilización occidental: Alejandro Magno. Nadie podía merecer más confianza que él para dirigir este proyecto; y sin embargo...Alexander aburre. Oliver Stone ha argumentado que su premisa ha sido el rigor histórico. Acaso el haberse ceñido a los hechos (y la extraña elección de los mismos) ha sido su mayor lastre, perjudicando tanto a cada una de las escenas, como a la trama.
Respecto al tratamiento, Stone opta por una narrativa sobria, sin casi ningún recurso dramático, ni juegos con el espectador. Nada que objetar, sólo que después de tres horas de casi total linealidad la audiencia se ha quedado más fuera que dentro, sobre todo si tampoco se ha trenzado una historia.
Stone se constriñe a ilustrar una vida que transcurre desde Macedonia hasta el Indostán, y decide no hablar de la conquista, sino del personaje. En su selección de los hechos se ha inclinado por la decadencia del héroe, en lugar de su ascensión. Así, se salta deliberadamente la lucha por la hegemonía en Grecia tras la muerte de Filipo, el paso por el Helesponto de las falanges macedonias, su primer triunfo sobre Dario en la batalla de Isos, su entrada en Egipto... El director prefiere no mostrarnos qué hizo de él un genio militar. Sólo brinda al espectador la posibilidad de asistir a la definitiva batalla de Gaugamela, la derrota del rey persa, y lo hace sin preámbulos ni calentar motores. Es una gran batalla sí, y a vista de pájaro. Pero es la primera y la última que vamos a ver.
Sin embargo el largometraje tampoco funciona como indagación de la mente de Alejandro. El equipo de guionistas, formado por el propio Stone, Christopher Kyle (The Widowmaker) y Laeta Kalogridis (Scream 3, la próxima Wonder Woman), y asesorado por el profesor Robin Lane Fox, autor de una biografía bestseller del rey macedonio, hacen de la relación madre hijo la piedra angular de su misteriosa personalidad. No hay para tanto. Los reyes cornudos y las cortesanas arpías son un tópico de la antigüedad. Como madre manipuladora, el personaje de Olympia ni con Angelina Jolie debajo de la túnica se camela a nadie. Sus curvas no tienen nada que hacer frente la sequedad de la emperatriz Livia de Yo, Claudio, inmortalizada por los huesos de Sian Phillips, el personaje en el que se inspira. Colin Farrell interpreta a un chico sensible e idealista, que no conquista porque le hierva la sangre, sino casi por sentido del deber. Eso sí, Val Kilmer, en el papel del tuerto y gordo Filipo, gana mucho interpretando a gente fea.
Sino fuera por Hefestión no habría ninguna pasión que reseñar, y aún así, Stone podría haber puesto más carne en el asador. Alejandro y su disfuncional familia devoran casi todo el meollo de la historia, quedando en la superficie sus compañeros de viaje, a los que en tres horas no se les concede ni una subtrama. Los mejores minutos llegan precisamente cuando las comparsas, completamente famélicos atravesando el Indostán, por fin cobran vida y toman sus propias decisiones. La imagen de los hoplitas griegos atravesando la selva india resulta cautivadora, y el duelo entre caballo y elefante, inolvidable. Paradójicamente, el realizador saca lo mejor de sí faltando al rigor histórico al que se había encomendado, dejándose llevar por la poesía que aún le corre por las venas (Alejandro ya no montaba a Bucéfalo cuando luchó contra los elefantes, y éstos no le hicieron tirar la toalla, antes al contrario). Y es que Stone se tenía que haber dado cuenta que sumando un hecho tras otro no montaba una película. Hubiera necesitado más mentiras como ésta.
