“En el amor, recordamos los comienzos y los finales y tendemos a editar el medio” afirma Mike Nichols, experto en la disección de relaciones que se salen del prototipo clásico y que en esa salida enfoca siempre a algo bueno y algo malo, pero sobre todo, a algo real.
La obra Closer, de Patrick Marber tiene sus orígenes al igual que Nichols en el teatro, donde fue estrenada en 1997 iniciando su exitoso recorrido por todo el mundo y siendo traducida a 30 idiomas distintos. Lo que no cambiaba en uno u otro lenguaje es las cuestiones universales sobre bondades y miserias de las relaciones íntimas, con especial dedicación a los celos, la mentira y las confesiones de cama, sólo que como su autor (responsable también del guión adaptado) matiza al respecto “al final, es una agradable y simple historia de amor. Y como con muchas historias de amor, las cosas van mal…”.
De esta lectura se extrae la inspiración de la crudeza, madurez y frío pesimismo de Closer, en donde 4 personajes se cruzan en infidelidad –con algo de homosexualidad, mayor aspecto pretencioso y vulgaridad castiza tendríamos una cinta de Almodóvar–, y en donde los choques lacerantes de sus protagonistas son tan pronto tristes como dulces, y en sus roces quedan tan cerca como lejos, dándose tanto placer como dolor. El amor es así el contradictorio y poderoso argumento de sus vidas, o el ridículo modo de condenarlas. La facilidad con la que algunos se pliegan a sus caprichosos mandatos, les deja en un estado de dependencia que en el tono de la obra, que se intuye próximo al real, acaba siempre pagándose caro.
Dirigiendo el texto y obra de Marber, Nichols se aproxima a alguno de sus trabajos como Conocimiento Carnal (1971), y ampliando la que en ocasiones se ha calificado de irregular filmografía (El Graduado, A propósito de Henry, Primary Colors, Wolf...) sigue demostrando muchos de sus intereses a lo largo de diálogos de explícito tono adulto, sin sutilezas a la hora de ahondar en las más ácidas intimidades y abofetear con lo sexual en las antípodas del cuadriculado género romántico. Articulado por cuatro seres reales que construye en carne y hueso con la misma proximidad que da el escenario teatral, el obsesivo Jude Law, la dulce perdida inocencia seductora de Portman, el dramatismo de una contenida Julia Roberts o el agreste tono de macho cabrío de Clive Owen, son partes engrasadas de una exhibición de los modos en que el corazón está siempre expuesto a pagar caro los errores del enamoramiento, y como explica uno de sus productores (John Calley) aborda “la complejidad de las relaciones contemporáneas en las que los comienzos están tan cargados y son tan excitantes que el proceso de enamorarse puede llegar a ser adictivo, de tal forma que las personas pueden convertirse en drogadictos del amor y puede ser difícil abandonar ese hábito”.
En ocasiones de sus líneas hay verdades punzantes, a veces parece una lección tibia sobre las consecuencias de la infidelidad, el duro pago a la traición y a los celos como parte de un egoísmo que desmonta el abuso del nombre del amor. Y como Closer acaba concluyendo a su manera, en la obcecación por uno mismo, se acaba corriendo el riesgo de no conocer a la otra persona. Aunque siempre quede el recuerdo de los prometedores inicios, velando el dolor de sus descuidados finales.