De regreso a casa, tras cancelar una infructuosa exploración en búsqueda de petróleo, un avión cargado con basura industrial y cabizbajo personal se ve inmerso en una tormenta de arena digital. El carácter temerario del piloto ha preferido tratar de cruzarla, su habilidad les ha evitado una muerte inmediata, pero a cambio tienen que esperar que el sol y las tormentas del desierto acaben con ése trabajo. Entre la desesperación de sus personajes, uno de ellos se revela como diseñador de aviones, y sabe cómo pueden reparar los restos del suyo para salir de allí por ellos mismos.
Basada en el libro de Elleston Trevor que ya fue llevado al cine en 1965 con el protagonismo de James Stewart, ahora ésta readaptación en la que Dennis Quaid hace las veces de piloto frío y sarcástico es dirigida por John Moore. Responsable de otra película muy diferente en que también hay escenas de vuelo y protagonistas aislados (Tras la línea enemiga), con semejante precedente está claro que lo suyo es más las escenas de acción y ritmo musical que no la reflexión de un conjunto de personajes aislados y sus debates internos. La compensación de guión viene del lado del incansable Edward Burns (actor, guionista y director marcado por su orgulloso narcisismo) y Scott Frank, que ha participado en textos de primer nivel como son Minority Report (de Steven Spielberg) o Un Romance Muy Peligroso (de Steven Soderbergh). El balance no se va excesivamente ni a un lado ni a otro, ni la psicología de los personajes revela una gran profunidad, ni los deja en la superficialidad habitual del tipo de cine al que por momentos se aproxima demasiado pretendiendo acercarse al gran público. Con descarada afición a alegrar planos con banda sonora, alguno de los duros golpes a la coherencia se dan desde ahí, con unos personajes que rellenan la tensión en varios tramos de diáologo sobre la importancia del agua y reservar energías, pero que no dudan en dedicarse unos bailes cuando toque videoclip. El relleno de situaciones para tensar el metraje se hace con clara limitación de interés, forzando en lo posible y con ese ejercicio que los artífices de cintas como esta no pueden descartar: la magia del último momento. Si hay cosas que exigen de varios intentos, si hay posibilidad de morir por algo previsible, que toda salvación venga en la última opción existente. Hacerlo en la penúltima sería una revolución a los ojos de sus productores.
Por lo demás, caídas progresivas de personajes en función de las reglas clásicas de quién es y quién no es prescindible, algunos enemigos que salen de la nada y el mismo punto de interés que había en el original, encasillan irremediablemente al Vuelo del Fénix en la categoría del remake innecesario, soporte para tardes de aburrimiento inconsolable en que la supervivencia se mida por iguales parámetros a uno y otro lado de la pantalla.