Podría decirse que Entre Copas está lejos del prototipo de película repleta de nominaciones y premios como los Oscar. Viendo su acabado personal y planteamiento sencillo, lejos de las habituales formas y argumentaciones, resultaría extraño la repercusión que ha acabado teniendo si no fuera por un “algo más” que no es nuevo para su máximo responsable. Y es que ya en A propósito de Schmidt, Alexander Payne hacía algo similar, y ahora sólo ha evolucionado de cara a pulir su método, le ha cedido el protagonismo a la dualidad de una pareja contradictoria con lo que ha duplicado muchas más cosas.
Entonces cogía a un Jack Nicholson envejecido, le quitaba todo lo que tenía (su trabajo, su mujer, amigos y en definitiva el sentido de su vida) y mientras le filmaba en viaje de carretera repleto de situaciones absurdas, le iba permitiendo descubrir pequeñas verdades que antes había dejado desapercibidas y que le ayudaban a reencontrarse y ubicarse de nuevo.
Ahora, se mantiene la idea del viaje en su sentido literal y emocional, pero se enriquece con ese incremento actoral que igualmente bien dirigido, se engancha a un guión que firman de nuevo el propio Payne junto a Jim Taylor (y basado en la novela de Rex Pickett) con el que vuelve a enfoncar con su misma humanidad y una suerte de afecto a sus protagonistas: tanto en los buenos como los malos momentos de estos, la cámara de Payne es testigo de vidas a las que observa, a las que compadece en sus problemas y con los que se llena viéndoles aprender cuando pueden hacerlo. Y si no es así, se limita a entenderlos y aceptarlos.
Miles (Paul Giamatti) como escritor eternamente pendiente de publicación, divorciado y sin un camino que seguir, y Jack (Thomas Haden Church) como intento de actor reciclado en carne publicitaria, contraponen dos caracteres totalmente dispares que les hacen una pareja cómica perfecta. Su representación de la desgracia trascendental y la superficialidad simplista, en su camino por los viñedos californianos en la semana previa a la boda de éste último, les sirve para ir encontrándose con situaciones que en su construcción realista dan el humor propio del ridículo humano, y de las situaciones estúpidas que de vez en cuando nos brinda éste mundo. Son parte de una combinación brillante desde su lucidez, por momentos agridulce y por otros de una comicidad pura, que siempre resulta entrañable. Todo ello hace que los premios y halagos que acompañan la trayectoria de la cinta no pueden estar mejor servidos, y que de todas sus virtudes quizá haya que resaltar su naturaleza sanadora.
Desde sus propias características, con un rodaje secundario y una banda sonora limitada a hacer ambiente, no son estos u otros instrumentos los que marcan su mensaje, sea triste o de humor cotidiano, si no que lo son las situaciones que se suceden con naturalidad ante personajes creíbles, y como éstas les afectan a ellos y a nuestra empatía.