En el año 1994 Ruanda se convirtió en un símbolo de lo peor del ser humano. Tan triste mérito no fue sólo por uno de los genocidios más brutales de la historia reciente, si no por todo lo que rodeó a éste: la firma de un Convenio de la ONU como preámbulo (mientras se gestaba el enfrentamiento, con un acuerdo de paz estéril) y el posterior desprecio internacional que se limitó a las acciones de cada país por sacar de la zona de conflicto a sus propios ciudadanos. Lo que en el mundo había de orden, quedaba así a la misma altura de lo que en el había de desorden. Mientras la matanza seguía a lo grande, unos miraban a otro lado y otros discutían soluciones entre cafés diplomáticos.
La historia de Hotel Ruanda, se centra en Paul Rusesabagina (personaje extraido de la realidad) que también tiene su simbolismo ya que como director del hotel de lujo Mille Collines se codeaba diariamente con lo más selecto del turismo elitista, y además en la batalla entre hutus y tutsis pertenecía a la primera raza estando casado con una tutsi. Su papel es así el de un eslabón entre los ciudadanos de a pie despreciados por los turistas y estos, y a la vez entre ambas razas; pero además, cuando el conflicto se recrudezca, su hotel se convertirá en un improvisado oasis primero y en un bunker después: casi un millón de personas cubrirían de cadáveres el exterior, donde un conjunto de bestias seguía aniquilando personas en nombre de una de tantas excusas al uso.
Don Cheadle en el papel protagonista sabe reflejar frustración, coraje, incomprensión, decisión y debilidad cumpliendo con los tiempos emocionales que van marcando los problemas a los que se enfrenta. El escenario en general se enfoca con una cercanía cuasi-teatral por lo que tiene de plano cerrado y entradas repetidas de personajes claramente identificados (como en los casos de Nick Nolte y Joaquin Phoenix). Sin capacidad para enfocar desde más arriba y hacernos partícipes con mayor magnitud visual de lo que sucede, sólo queda lo psicológico, y ahí se cumple holgadamente. Terry George como director y guionista (además de productor) tiene con la lógica que impone su experiencia más facilidad para los textos (The Boxer) que tras la cámara (se inició con En el nombre del hijo, tras producir En el nombre del padre). Con todo, eludiendo ahondar en un gore que podía haber sido especialmente carnicero y riguroso, tiene algo de visión documental y revive un desprecio que sabe entender perfectamente, que da más angustia impotente y que logra el principal objetivo que debía proponerse: recuperar la noticia. Así aquellos que visiten desde el otro lado de la pantalla el Hotel regentado por Paul, sabrán que aquella noticia que aparecía como una molesta letanía en los telediarios de hace unos años incomodando la hora de la comida (un mensaje que así se recoge en la cinta) se cobraba miles de vidas de forma violenta mientras a los mandatarios de sus países les importaba más bien poco.
Una viñeta de un conocido tabloide acompañó la noticia de la intervención de Naciones Unidas con su frase cortante: “llegan ustedes un millón de muertos tarde”. El cine no salvará vidas, pero puede ayudar para recuperar la vergüenza que muchos no sintieron entonces.