Dos hombres despiertan en una habitación oscura y putrefacta, un lavabo antiguo en el que entre hedor y desorientación se enfrentarán a un trance amargo en cuanto logren encender la luz. Encadenados en esquinas opuestas, tienen escasas instrucciones sobre qué deben hacer para salir de allí, y estas no son especialmente agradables.
Uno de ellos, Adam, no lo sabe ni llegará a saberlo, pero ya ha estado en una situación parecida antes: en el corto promocional que su intérprete (y coguionista Leigh Whannell) presentó junto a su director James Wan a un equipo de productores estupefactos, incrédulos con lo sorprendente de la idea que ambos habían formado.
Siendo esta la principal baza, la razón del mismo rodaje, lo cierto es que pese a que en varios tramos sea inevitable especular con la dirección que puede tomar la trama, llega a romper con todas las posibles hipótesis entre quiebros al espectador. Partiendo todo de una idea, se ve pues una clara diferencia entre esta cinta y una mayoría que buscan elementos aislados que se cree pueden funcionar en taquilla, y a partir de ahí se relacionan argumentalmente.
Con un tipo de suspense angustioso y draconiano, el escenario inicial nos sitúa como el tercer prisionero encadenado al hacernos participar completamente del encierro. Desde ese punto, los añadidos argumentales para dar una visión completa se construyen a base de flashbacks relatados como inserciones precisas, y sólo en los giros de thriller llega a notarse algo de la lógica inexperiencia de dirección, que hasta la fecha se limitaba al rodaje de cortos.
El extremo sufrimiento al que se va sometiendo a los personajes dejan al psycho-killer en cuestión con el mérito de destacar de entre todo el conjunto de cansinos asesinos basados en la cantidad y la mera acumulación sanguinolenta. Sin saber de él apenas, se da con un tipo de mal cuyas armas son la inteligencia y un cierto tipo de ética malsana, que equipara lejanamente Saw con una de referencia como es Seven.
A pesar de decisiones puntuales más o menos discutibles, el logro en darle realidad a la situación, tanto con la desesperación de los protagonistas como en una fotografía sucia en que casi se transmiten olores, hará que se viva en cómplice padecimiento hasta que llegue el tramo de las sacudidas finales. Ahí Saw recobra el sentido que muchos perdieron buscando sin lograr el desenlace desconcertante. Y lo hace en su máxima expresión.