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Los móviles son las nuevas palomitas

Un artículo de José M. Robado || 15 / 12 / 2011
Víctima del celuloide

Soy espectador compulsivo de cine, ya sabéis. Si viajo a otro país, voy al cine, porque creo que en esa experiencia de las dos horas en la sala voy a concluir más sobre las costumbres de la ciudad visitada que yendo a unos grandes almacenes, por ejemplo.

Así que te advierto que en México las gominolas son picantes, muy picantes. Y a simple vista es imposible distinguirlas de las dulces, las normales. Si no sabes esto, la impresión al meterte la primera gominola en la boca puede estropearte el visionado del mismísimo Padrino.

En Francia, si sabes un poco inglés, puedes ir al cine con cierta garantía de entender la película... si es inglesa o americana, claro. Entre lo que captas de los diálogos y la absoluta claridad y respeto con la que emiten los subtítulos en francés puedes defenderte.

En las grandes ciudades de Estados Unidos puedes elegir con tranquilidad la sala porque será difícil que en alguna de ellas encuentres una mala calidad de proyección. Más ahora que las salas son casi todas digitales. Además, dependiendo de qué zona, para un europeo el espectáculo puede estar en el público más que en la película. En Japón, el cine es carísimo...

Pero ciñámonos a España. Hay un indicador que, en estos tiempos de crisis, los economistas no están teniendo en cuenta: la longitud de las colas en los bares de los cines. Para los poco conocedores, a estos bares en el interior de las multisalas que en ocasiones tienen forma de isleta se les llama candys (caramelos). Y su gestión, si está adecuadamente llevada, puede ser toda una obra de ingeniería. Por ejemplo, en un candy, jamás te pueden servir unas palomitas frías, por lo que tener suministro constante sin que haya un máquina para hacerlas allí mismo se puede convertir en una pesadilla. El regaliz tampoco debe estar nunca duro y que el expendedor de refresco de cola se quede vacío antes de una sesión puede hacer perder miles de euros al cine. Sin ir más lejos, en determinado cine del centro de Madrid, el consumo de refresco de cola light anual se mide en toneladas año... sí, toneladas, porque son esos polvitos de extracto que el expendedor convierte en refresco.

Pero, a lo que iba, hace cuatro años era normal esperar 15 minutos en la cola de un candy para pagar por una bolsita de chucherías y una bebida. Hoy día esa espera apenas existe y para mí es uno de los mayores indicadores de la recesión económica. Eso y la desaparición de algunos productos exóticos para el consumo en la sala: nachos con salsa calentada, mini-pizzas, perritos calientes, etc.

Sin embargo, sigo sin explicarme porque aún en la mayoría de cines españoles sigue existiendo la figura del cortador de entradas y del acomodador. ¿De verdad alguien necesita que una persona le corte la entrada al pasar al recinto y le lea de su propio ticket a qué sala tiene que dirigirse? Ni esa figura ni la del acomodador la he visto en ningún otro país. También es cierto que en otros países nunca he visto llegar tarde a nadie a una sesión, ni que encontrar un asiento numerado sea una auténtica odisea de varios minutos. Quizá en España somos más estúpidos, o no sabemos llegar a tiempo ni a nuestro entierro, por lo que tampoco es de extrañar que en la mayoría de salas la restricción de número de anuncios que se deben emitir previo a la proyección se salte a la torera de modo manifiesto. Total, pensará el exhibidor, así damos tiempo a que se siente el personal y lleguen los retrasados, dicho esto con toda la mala intención... Pero qué podemos esperar de un público que lleva años tragándose sin rechistar en la tele los anuncios de café de George Clooney en versión original subtitulada y es capaz de abandonar la sala indignado si ve que la película tiene demasiados subtítulos.

Pero, el fenómeno que observo está causando furor entre el público es el de consultar el móvil durante la proyección de la cinta. El sonido de las palomitas en la boca creo que ya lo tengo asumido por el insconsciente y puede llegar hasta a ser reconfortante y familiar, pero que el patio de butacas se convierta en un jardín de luciérnagas porque algunos espectadores consultan su móvil cada quince minutos... pero, ¿qué es lo que hacen? ¿Twitean lo que va pasando? ¿consultan su timeline de Facebook? ¿Leen la crítica de la película en internet para comprobar si se corresponde a su opinión por lo que llevan visto?

Quizá no estemos tan lejos del momento en que durante la proyección la sala emita, como en los programas de televisión, los mensajes de los propios espectadores en pantalla para conseguir una mayor empatía e interactividad: Cine 2.0. Como pille la idea James Cameron...



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El rincón en que el crítico torturado explica por qué el cine puede ser algo muy grande unas pocas veces, y algo muy, muy miserable muchas otras.

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