A menudo alguno de los redactores de Fandigital levantan la mano en señal de socorro y piden una tregua. Suele tratarse de los redactores más prolíficos y cumplidores, aquellos que realizan aportaciones prácticamente diarias y que lejos de quejarse del ritmo de trabajo, lo que piden es un tiempo para oxigenarse y recuperar bien inspiración, bien algo de la ilusión inicial.

La ilusión inicial, precisamente, es lo que nunca falta cuando uno decide ser redactor. Es el germen esencial, el que aparece tanto en ellos como en los que creen que quieren o pueden serlo pero se quedan en esa declaración de intenciones y nunca alcanzan la regularidad que ha de desarrollarse cuando la ilusión no asiste. Tras cientos de artículos persisten unos pocos. Los que lo hacen, suelen ser redactores y ya no sólo tipos que imaginan las supuestas maravillas de serlo; con ese número de contribuciones, a poco que hayan realizado autocrítica en algún momento, habrán logrado reunir algunas virtudes, antes exigibles cuando había más filtros que los que impone el blog ‘yo me lo guiso, yo me lo como’.

Si citamos las experiencias de devoción y agotamiento de redactores, no es por autobombo, sino por llevarlo a la comparación con todo aquel terreno en que se exija inspiración, la mayoría en que interviene una actividad creativa. Poner ladrillos merece su respeto por más que su mecanicidad limite su agotamiento a lo físico, tratar de acumular frases con una cierta soltura y eludiendo repetición de términos a veces exige una pausa.

Si sucede en cualquier faceta creativa, es lógico que apuntemos al cine como terreno en que a menudo los creativos necesitan respirar. Han de hacerlo como los compositores de discos, los escritores, o los que cocinan videojuegos y que igual que los anteriores se ven obligados en demasiadas ocasiones a publicar por plazos, cuando lo desea la mercadotecnia y no la bendita inspiración, incapaz demasiadas ocasiones de asistir con tanta premura.

Uno, que lee el especial de la piratería que publicamos en el último número de Fandigital y no comprende cómo esa visión global no logra filtrarse en un número mínimo de usuarios, no deja de hacer comparaciones entre ambas facetas, y se pregunta cómo se sentiría cualquiera que hubiera realizado un esfuerzo, al ver que este es utilizado por otro para montar su chiringo propio sin su consentimiento. Es decir, una mayoría suele reaccionar con aquello de que no les importaría compartir sus ‘cosas’ (generalmente aportan sus entretenidos apuntes de clase, sus textos blog…) o citan a aquellos músicos o escritores dispuestos a ceder su contenido. Y se maravilla de que esa libre disposición sea tomada como un argumento que, retorcido, permite imponer un mal al resto. Es decir, porque unos libremente quieran disponer, todos deben ceder. Si un escritor quiere ceder su último libro, eso no implica a que todas las distribuidoras de cine deban poner su catálogo a la libre voluntad de la red. Cosas de los malabarismos sofistas con ideología de copia y pega.

Es igualmente cierto que si se aplicara la legislación que se cocina en materia de propiedad intelectual, prácticamente ninguna web -incluida esta-, saldría indemne. Seguro que una parte de las imágenes que ilustran nuestras noticias no tienen permiso de sus autores, y esa reclamación indigna al colectivo de la libertad en la red. Ahora bien, quien haya pasado años dedicándose a la fotografía, quien lo esté haciendo con crecientes problemas en estos tiempos, quien haga algo más que los aficionados que pulsan un botón, quien sencillamente no quiera que su trabajo lo utilicen otros porque es igual de libre de disponer de sus cosas que quienes deciden regalarlo, quizá no vea bien que se tome su trabajo. Y en ese sentido, los que regularmente tenemos que lidiar con la extenuación de seguir publicando artículos como mejor podemos, quienes vamos más allá de una ilusión inicial no concreta e inmadura por la falta de experiencia, no podemos sino solidarizarnos con quienes ponen condiciones a la forma de disponer de su trabajo: es decisión suya. Que otros hagan uso del mismo por su sola voluntad, acaba siendo algo que no sólo atenta contra unos posibles derechos económicos (al fin y al cabo es cierto que los usuarios no pagarían por todo el contenido que ven cuando no pagan por él, entre otras cosas por imposibilidad económica), sino que afecta de una manera personal al autor que ve que lo que uno ha cocinado en más o menos tiempo, otro lo ejecuta en un copia y pega de cuatrero, acompañando el asalto de una banda sonora cínica de discurso de libertad y de derechos, por más que atropellen al creativo con el ruidoso poder de la turba (sí, el histórico atropello al autor por parte de distribuidores y la manera de exprimir la cartera a los consumidores, es censurable, pero no un motivo para seguir acribillando al autor).