Nos hallamos ante un publirreportaje de Moscú auspiciado por el productor Timur Bekmambetov.
Dos jóvenes estadounidenses viajan a Moscú en vísperas de una invasión extraterrestre que les deja atrapados en la capital rusa junto a otros tres compatriotas. Para sobrevivir a los atacantes y poder escapar de la ciudad, los cinco deberán descifrar la naturaleza de los alienígenas, ligada a la electricidad.
El hecho de que haya sido realizada por Chris Gorak permitía depositar esperanzas en esta muestra tardía de cine sobre invasores extraterrestres, subgénero protagonista del panorama fantástico en 2011.
A partir de la dispersión de una nube radiactiva por los cielos de Los Ángeles, la ópera prima de Gorak, Right at Your Door (2006), se conformaba como interesante disquisición en torno a dilemas morales y amenazas intangibles. Ello hacía apropiada su elección como director de La hora más oscura, cinta que juega con la invisibilidad tanto de los alienígenas como de sus manifestaciones, y con un grupo de personajes obligados a apoyarse los unos a los otros aunque en algunos casos no se soporten.
Por desgracia, estamos ante una película tan mala que, por comparación, la reciente Skyline es una obra maestra. Al menos, de aquella realización de los hermanos Greg y Colin Strouse emanaba un agradable aroma a serie B, a subproductos como Invasores de Otros Mundos (Target Earth, 1954) y Day the World Ended (1955). Sin embargo, aunque en ella resuenen ecos de films de los ochenta como Amanecer Rojo (1984), La hora más oscura es digna representante de nuestra época en el peor de los sentidos.
Y es que su carácter infantiloide y amateur hace pensar que se trata de una película concebida a la medida de los fans de Crepúsculo. No existe el menor carisma ni en los personajes ni en los actores que los encarnan. Los conflictos dramáticos y románticos apenas están esbozados, y de manera ñoña. La estupidez preside los comportamientos y lo ilógico los acontecimientos. Y, como sucede en Crepúsculo y sus secuelas, la calidad estrictamente técnica de La hora más oscura es ínfima. Desde el montaje a los efectos visuales.
Ante el horror de lo que está viendo, llega un momento en que al espectador no le cabe otra que especular acerca de la verdadera razón por la que se ha producido La hora más oscura. Y no cuesta descubrirla: nos hallamos, como en el caso de Misión: Imposible – Protocolo Fantasma, ante un publirreportaje de Moscú auspiciado por el productor Timur Bekmambetov. Su objetivo: atraer a la ciudad a los turistas norteamericanos y halagar al público ruso. Que, como el hindú o el chino, es desde hace unas temporadas más amigo del cine comercial estadounidense que el público estadounidense.