Repite los esquemas previos de forma descarada.
En pocas ocasiones ha estado tan tentado el arriba firmante a solventar una crítica con una simple frase como “más de lo mismo”, remitiendo de paso al comentario que realizó a propósito del primer Sherlock Holmes de Guy Ritchie (perfecto resumen de lo que podremos encontrar también en esta Juego de sombras), y tal vez incluso añadiendo a la reseña aquello tan manido –pero definitorio– de que este filme gustará a aquellos que pasaron un buen rato con el anterior. Sin embargo, por aquello de ampliar algunos párrafos más, intentaremos diseccionar esta secuela evitando repetirnos demasiado –algo que a Ritchie no le ha importado, al parecer–, y tratando de justificar su empeoramiento respecto a su hermana mayor.
Más allá de achacar sus defectos a la pérdida del factor sorpresa, esta segunda parte viene a repetir los esquemas previos de una forma tan descarada que al espectador le queda la impresión de que los responsables de la película han puesto el piloto automático: con estos mismos mimbres podrían estar fabricando secuelas similares durante los próximos veinte o treinta años, por lo menos. Y es que así de desoladora resulta la falta de alma y la superficialidad de este producto, pese a la buena nómina de actores que despliegan sus dotes sobre un guión y unos diálogos que apenas mueven a la emoción o a la sorpresa.
Conscientes del transparente armazón sobre el que se sustenta la historia, además, nos queda la triste sensación de que, de un tiempo a esta parte, buena parte de los estrenos de relumbrón dentro del género de acción y aventuras terminan, a fuerza de no asumir riesgos en sus planteamientos, por resultar intercambiables: el protagonista en esta ocasión se llama Sherlock Holmes, pero tanto da que en su documento de identidad constaran otros nombres, como James Bond, Ethan Hunt o Tintin.
Manteniendo las señas de identidad que ya señalara un servidor en la crítica arriba enlazada, añadamos que tal vez en esta ocasión se haga más hincapié todavía en la faceta de héroes de acción de Holmes y Watson, lanzándolos a un frenesí de tiros, explosiones, peleas y persecuciones donde les vemos más astutos que realmente inteligentes, continuando con el proceso de transformación de las creaciones de Arthur Conan Doyle en estereotipos más fácilmente digeribles por el espectador medio actual.
Teniendo en cuenta todas las modernidades propias del director británico –aunque hay que reconocer que el tiroteo en el bosque logra captar la atención de nuestras retinas, pese a sus ínfulas videocliperas–, la excesiva pirotecnia visual y los serios problemas de ritmo que se van arrastrando desde el mismo inicio, así como la excesiva duración del conjunto –ya podían haberse fijado en los 80 minutos escasos que dura cada caso del televisivo Sherlock de la BBC–, está claro que cuesta hallar motivos para recomendar un estreno que, de nuevo, aleja a Guy Ritchie de aquellas entretenidas producciones con que nos deleitó al principio de su carrera.