La actriz consigue que sea Thatcher la que se asemeje a ella y no ella al personaje interpretado.
Días antes del estreno español de La dama de hierro, los ecos de la crítica internacional ya se habían puesto de acuerdo en que esta cinta biográfica tenía su razón de ser en un único punto cardinal, de nombre Meryl Streep. La camaleónica y genial actriz vuelve a ser clara favorita para llevarse a casa la que sería su tercera estatuilla, amén de alcanzar el escandaloso récord de nominaciones acumuladas en toda la historia del cine: nada menos que diecisiete veces serán las logradas por la actriz si finalmente logra candidatura por este último trabajo.
Esta vez, Streep se adueña de otro gran nombre femenino con gran peso y poder históricos, el de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, alcanzando cotas interpretativas verdaderamente complejas. La actriz consigue que sea Thatcher la que se asemeje a ella y no ella al personaje interpretado. La personificación es tal que el espectador olvida que es una actriz quien está ejerciendo de dama de hierro y se deja envolver por la capacidad arrolladora de seducción de Streep.
Mención también merece otro nombre, el de Jim Broadbent, quien ejerce de perfecto partenaire de Streep y le aguanta el tipo en toda ocasión en la que comparten plano. No se trata de una lucha entre contrarios sino de un mano a mano entre iguales. Sin embargo, el elegante actor ha sido a quien todo el mundo ha obviado en el comentario crítico, alabando únicamente la labor de la reina principal de la función.
Tenemos también un tercer nombre en discordia y el que peor parado sale del asunto, el de Phyllida Lloyd, quien parece haber encontrado en Streep a la traductora perfecta de sus designios. Ambas féminas habían trabajado juntas en la adaptación del musical Mamma Mia! con resultados altamente irregulares aunque el esfuerzo se saldó con un enorme éxito en cuanto a recaudaciones se refiere. Lloyd se dedica ahora a fagocitar secuencias y vivencias de la dama férrea sin demasiada convicción. No aburre pero en ningún caso logra calado. No alcanza emoción ni verdadero sentido dramático pero funciona a nivel de didáctica de la historia reciente.
Si bien la cinta abarca dos décadas de la vida del célebre personaje, el revisionismo al que juega es un anodino repaso de hechos sociopolíticos y unas gotas de la vida personal de Mrs. Thatcher aunque en ningún momento ofrece respiro para ahondar ninguno de los temas tratados. Es como si fuera demasiado rápido por querer abarcar demasiadas fechas señaladas. A través del recurrente recurso de las memorías desde la vejez del personaje fotografiado, lo cierto es que La dama de hierro no pasa sino por ser un amable, blando e impersonal biopic que únicamente satisfará a aquellos aficionados al género. La cinta se queda sólo en dos nombres. Muy grandes, eso sí.